Mientras Elizabeth Holmes ingresa a prisión por fraude, muchos siguen preguntándose sus motivos
Elizabeth Holmes ingresó el martes a una prisión en Texas, con lo que llegó a su fase final el caso que destapó la estafa de los análisis de sangre en el núcleo de su startup Theranos.
Inició así la sentencia de 11 años de cárcvel para la mujer de aspecto sorprendido que se abrió paso en la cultura de los “hombres de la tecnología” al convertirse en una de las empresarias más célebres de Silicon Valley, sólo para luego ser descubierta como un fraude. En el camino, Holmes se convirtió en un símbolo de la exageración desvergonzada que a menudo satura la cultura de las startups.
Sin embargo, aún quedan dudas sobre sus intenciones reales, tantas que incluso el juez federal que presidió su juicio parecía desconcertado. Y los defensores de Holmes aún se preguntan si el castigo fue demasiado severo en comparación con el delito.
A sus 39 años de edad, parece más probable que Holmes sea recordada como la Ícaro de Silicon Valley: una empresaria de altos vuelos que ardió con una ambición temeraria y cuya odisea culminó en condenas por fraude y asociación ilícita.
Sus motivos todavía son un tanto misteriosos, y algunos partidarios dicen que los fiscales federales la atacaron injustamente en su fervor por derribar a una de las practicantes más destacadas de la filosofía del “finge hasta lograrlo”: la marca de autopromoción del sector tecnológico que a veces se desvía hacia la exageración y las mentiras flagrantes con tal de recaudar fondos.
Holmes comienza a pagar el precio de su engaño el martes, cuando inicia la sentencia que la separará de sus dos hijos, un niño cuyo nacimiento en julio de 2021 retrasó el inicio de su juicio y una hija de tres meses concebida después de su condena.
Se esperaba que Holmes fuera encarcelada en Bryan, Texas, a unos 160 kilómetros (100 millas) al noroeste de Houston, su ciudad natal. El juez que sentenció a Holmes recomendó esa prisión, pero las autoridades no revelaron públicamente dónde quedó detenida.
Sus muchos detractores sostienen que merece estar en prisión por ofrecer una presunta nueva tecnología de la que alardeó repetidamente, capaz de detectar con rapidez cientos de enfermedades y otros problemas de salud gracias a unas pocas gotas de sangre extraídas con un pinchazo en el dedo.
La tecnología nunca funcionó como prometió. En cambio, las pruebas de Theranos produjeron resultados tan poco confiables que podrían haber puesto en peligro la vida de los pacientes, una de las razones citadas con más frecuencia sobre por qué merecía ser juzgada y condenada.
Antes de que esas mentiras fueran descubiertas en una serie de artículos explosivos publicados en The Wall Street Journal a partir de octubre de 2015, Holmes recaudó casi 1.000 millones de dólares de una lista de inversionistas expertos, incluidos Larry Ellison, cofundador de Oracle, y Rupert Murdoch, el magnate de los medios. Fue el engaño a esos inversionistas lo que condujo a su pena de prisión y al pago de una factura de restitución de 452 millones de dólares.
En cierto momento la participación de Holmes en Theranos catapultó su riqueza en el papel a 4.500 millones de dólares. Nunca vendió ninguna de sus acciones en la empresa, aunque las pruebas del juicio no dejaron duda de que se deleitó con las trampas de la fama y la fortuna, tanto que ella y el padre de sus hijos, William “Billy” Evans, vivieron en una casa palaciega de Silicon Valley durante el juicio.
La teoría de que Holmes ejecutaba una estafa intrincada fue respaldada por pruebas del juicio que documentaron sus esfuerzos para evitar que se publicara la investigación del The Wall Street Journal. Esa campaña obligó a John Carreyrou —el periodista responsable de esos reportajes explosivos— a asistir al tribunal y sentarse en la línea de visión de Holmes cuando ella subió al estrado de los testigos.
Holmes también aprobó medidas de vigilancia destinadas a intimidar a los empleados de Theranos que ayudaron a revelar el fraude de su tecnología de análisis de sangre. Los informantes incluyeron a Tyler Shultz, nieto del exsecretario de Estado George Shultz, de quien Holmes se hizo amiga y convenció para que se uniera a la junta directiva de Theranos. Tyler Shultz estaba tan nervioso por los intentos de Holmes por callarlo que comenzó a dormir con un cuchillo debajo de la almohada, según una desgarradora declaración de su padre, Alex, en su sentencia.
Los partidarios de Holmes insisten en que ella siempre tuvo buenas intenciones y que el Departamento de Justicia la convirtió injustamente en un chivo expiatorio. Insisten en que sólo implementó las mismas tácticas exageradas de promoción que usan muchos otros ejecutivos del sector tecnológico, incluido Elon Musk, quien repetidamente ha hecho declaraciones engañosas sobre las capacidades de los coches autónomos de Tesla.
Según esos partidarios, Holmes fue elegida injustamente por ser una mujer que eclipsó brevemente a los hombres que habitualmente están en el centro de atención de Silicon Valley, y que el juicio la convirtió en una versión moderna de Hester Prynne, la protagonista de la novela “La letra escarlata”, de 1850.
Holmes mantuvo firmemente su inocencia durante siete días fascinantes de testimonio en su propia defensa, un espectáculo que causó que la gente hiciera fila desde la medianoche para asegurarse una de las pocas decenas de asientos disponibles en la sala del tribunal de San José.
Cierto día memorable, Holmes contó que nunca había superado el trauma de haber sido violada cuando estudiaba en la Universidad de Stanford. Luego aseguró haber sido sometida a un patrón prolongado de abuso emocional y sexual por parte de su examante y coconspirador en Theranos, Ramesh “Sunny” Balwani, y sugirió que su control asfixiante le nubló el pensamiento.
El abogado de Balwani, Jeffrey Coopersmith, negó esas acusaciones durante el juicio. Durante el juicio subsecuente de Balwani, Coopersmith intentó sin éxito presentar a su cliente como el peón de Holmes.
Balwani, de 57 años, cumple ahora una sentencia de prisión de casi 13 años por fraude y asociación ilícita, luego de un juicio que comenzó dos meses después de que terminara el de Holmes. Actualmente, cumple una sentencia de casi 13 años en una prisión del sur de California.
Cuando en noviembre llegó el momento de sentenciar a Holmes, entonces embarazada, el juez federal de distrito Edward Davila parecía tan desconcertado como todos sobre por qué ella hizo lo que hizo.
“Este es un caso de fraude en el que una empresa fascinante siguió adelante con sus grandes expectativas y esperanzas, sólo para toparse con la falsedad, las tergiversaciones, la soberbia y las mentiras”, lamentó Dávila mientras Holmes estaba de pie frente a él. “Supongo que ahora podemos dar un paso atrás, ver esto y pensar ¿cuál es la patología del fraude?”.
El juez también recordó los días en que Silicon Valley consistía principalmente de huertos cultivados por inmigrantes. Eso fue antes de que la tierra fuera cedida al auge tecnológico que comenzó en 1939, cuando William Hewlett y David Packard fundaron una empresa que lleva sus apellidos en un garaje para un solo automóvil en Palo Alto, la misma ciudad donde estaba la sede de Theranos.
“Recordarán la maravillosa innovación de esos dos individuos en ese garaje pequeño”, recordó Dávila a todos en la sala del tribunal.
“Sin automóviles exóticos ni estilos de vida lujosos, sólo el deseo de crear algo para el beneficio de la sociedad a través de trabajo honesto y duro. Y eso, esperaría yo, sería la forma en que continuaría la historia, el legado y la práctica de Silicon Valley”.