La tartamudez se cura si se trata antes de los 7 años
La tartamudez se puede curar con una intervención temprana.
Hasta un 80% de los niños aquejados de disfluencia, que es como se refieren a ella los especialistas, llegan a superar el problema con un programa que requiere su puesta en práctica antes de los siete años y el compromiso de los padres de participar en la terapia.
El procedimiento, creado en los años noventa en la Universidad de Sidney y bautizado como Método Lidcombe, se ha convertido en todo el mundo en la principal herramienta terapéutica para intervenir con niños de corta edad, con quienes se desaconseja el uso de las intervenciones psicológicas clásicas para el manejo de la conducta.
A partir de esa edad, los siete años, cuando el pequeño comienza a ser consciente de todo lo que le acontece, de que su dificultad le convierte en centro de atención y blanco de bromas, los resultados de las terapias pueden ser buenos, pero resultan más inciertos.
Más de 25.000 vascos y medio millón de españoles padecen distinto grado de tartamudez, una complicación del lenguaje que afecta nada menos que al 2% de la población, con una incidencia mucho mayor, hasta el 5%, entre los niños.
No tiene la consideración de enfermedad, porque no lo es, pero sí es la causa de muchísimo malestar emocional que sí puede derivar en complicaciones de tipo patológico.
Algunos datos difundidos ayer con motivo del día internacional, que se conmemora hoy, dan prueba del alcance del problema. Un estudio realizado en Canadá indica que el 81% de los niños tartamudos fueron objeto de burlas en la escuela y que para el 56% las vejaciones se repitieron periódicamente al menos una vez por semana.
Los médicos no saben.
La jornada mundial de este año está especialmente dedicada a la infancia porque, a pesar de las muchas lagunas que existen hoy en torno al conocimiento de esta complicación, sí se sabe que la tartamudez se puede superar para siempre con una intervención temprana.
«Médicos y pediatras acostumbran a decir a los padres que no se preocupen, que en muchos casos se supera con la edad, y eso sólo es cierto en parte», destaca la logopeda Nuria de Juan, que colabora con la Fundación Española de la Tartamudez (TTM). No es la postura correcta.
Los problemas que no se abordan siempre pueden crecer, pero rara vez desaparecen. «Intervenir antes de los siete años es definitivo», insiste la experta. «Hasta esa edad, el componente cognitivo no existe.
Los niños no son tan conscientes de todo lo que les rodea. Cuando se dan cuenta, en cambio, de que los compañeros del ‘cole’ les machacan, de que sus problemas para expresarse les generan una tensión que les dificulta aún más la expresión, es más complicado asimilar estrategias que les ayuden a afrontar una situación de crisis», detalla la especialista vasca.
La tartamudez está considerada como un desorden que se manifiesta por interrupciones en la fluidez del habla acompañados de tensión muscular y sentimientos como miedo y estrés.
Muy poco se conoce sobre sus causas y los fenómenos que lo favorecen y lo desencadenan. Hay niños que nacen con una mayor predisposición a padecerla, pero tampoco está muy claro hasta qué punto interviene el componente genético, que sí se sabe que influye. Algunas teorías tradicionales apuntaban a la existencia de un desorden fisiológico.
Cuando los músculos y órganos que participan en la respiración, la fonación y la articulación no funcionan en la manera acompasada que deben, se daban las circunstancias propicias para la disfluencia. Pero tampoco está tan claro.
El enigma por descifrar
Hay críos, y mayores, en los que se trabajan los aspectos fisiológicos, se logra un rendimiento máximo por parte del paciente pero la tartamudez no desaparece, incluso no mejora. «Es muy posible que haya una anomalía de tipo neurobiológico en todas estas personas, pero quizás aún no se disponga de los mecanismos para detectarla.
En la dislexia, por ejemplo, hay estudios con técnicas de imagen que han demostrado que se activan diferentes zonas del cerebro en un disléxico que en una persona que no sufre este desorden. Posiblemente sea algo parecido», razona Nuria de Juan.
Lo interesante con niños pequeños, según detalla la especialista, es diferenciar entre lo que se considera una disfluencia evolutiva y una tartamudez temprana. La primera, generalmente, se produce en muchísimos niños, hasta el punto de que muchos autores ponen en duda que pueda considerarse una forma de tartamudeo.
Muchos críos, especialmente en esas edades tempranas, cuando están aprendiendo a hablar repiten las primeras sílabas de algunas palabras y se traban al hablar porque quieren decir muchas cosas y parece como si las ideas se les amontonaran.
Ocurre así, según detalla la especialista vizcaína, porque en el ser humano el desarrollo motor (el de las aptitudes del movimiento) se produce de forma más lenta que el desarrollo del lenguaje. El pensamiento, además, suele ir siempre más rápido que la expresión oral.
Se considera que un 30% de los niños con problemas de tartamudez en realidad tienen disfluencia evolutiva, que se corrige en la mayoría de las ocasiones con pequeñas intervenciones que los padres pueden realizar en el domicilio.
En ocasiones, sin necesidad siquiera de la participación de la terapeuta. La introducción en el ambiente familiar de pequeñas pautas, como propiciar un ambiente tranquilo, intentar que el pequeño pronuncie bien las palabras -sin agobiarle, eso sí, sin que sienta que sus padres viven un drama-, darle tiempo para expresarse y procurar por parte del resto de la familia una escucha atenta, permita superar el problema. «A veces, lo único que sucede es que tenemos tan poco tiempo que ni siquiera damos a los hijos el suficiente para expresarse», argumenta.
Jugar quince minutos al día.
Una cosa, sin embargo, es repetir sílabas y otra, muy diferente, comprobar que el niño se traba al hablar, que realiza un enorme esfuerzo por pronunciar las palabras o que sufre una visible tensión corporal cuando lo intenta. «No es lo mismo que tu hijo diga pe-pelota, que le oigas decir ppppelota».
El programa Lidcombe, pensado para este tipo de tartamudez, que es la auténtica, garantiza la superación del trastorno en el 80% de los casos. Los padres reciben de la terapeuta una formación, que les sirve para ayudar a su hijo en la superación del problema.
Cada día, todos los días, deben dedicar quince minutos a jugar con el crío y a hablarle con un lenguaje simple.
Frases cortas, bien construidas -sujeto, verbo y predicado- y, sobre todo, palabras sencillas, sin complicaciones.
Los aciertos se refuerzan con mensajes positivos («¡Qué bien lo has dicho! ¡Eso ha sonado muy bien!») y los fallos se corrigen con cariño y complicidad. «¡Mira, se dice pelota… A ver, inténtalo otra vez… ¡Muy bien!». Sólo deben ser quince minutos. El resto del día, hay que dejar respirar al crío y olvidarse de palmaditas y correcciones.
Una vez a la semana, los padres acuden a la consulta con la terapeuta y se analizan los avances y bloqueos. Aunque cada caso es diferente, el tratamiento da resultados en once semanas.
Más del 80% de los profesionales del lenguaje de Australia sólo utilizan contra la tartamudez el método Lidcombe, que se ha extendido en este tiempo por todo el mundo. «Lo cierto es que tiene un poderoso efecto terapéutico.
En ocasiones, yo misma me sorprendo», reconoce De Juan.
PÓNGASELO MÁS FÁCIL
- Recuerde que un niño tartamudo es igual de inteligente que los demás: Tiene una complicación que le dificulta el lenguaje, pero no afecta para nada a su capacidad intelectual.
- Déjele tartamudear. No lo evite: Permítale que se exprese de la forma más natural y cómoda posible. Cuanto menos tensión sienta, con mayor fluidez se expresará.
- No le corrija. No puede sentirse permanentemente examinado: Dele todo el tiempo que necesite para hablar, no le interrumpa y no termine por él las frases. Sólo conseguirá bloquearle más.
- Tenga presente que en la tartamudez existe un componente psicológico muy fuerte. Un niño afectado a menudo no tartamudea cuando habla solo ante el espejo, cuando canta o cuando piensa. El lenguaje se construye en una zona diferente del cerebro y el menor es muy consciente de lo que le pasa en unas y otras circunstancias.
- Dele su espacio. Favorezca su participación en juegos teatrales, que permiten adoptar distintos roles, pero no le obligue a actuar en fiestas escolares. Está bien estimularle a que lo haga, ver que él también refuerza su autoconfianza, pero obligarle le bloqueará.
- Mírele a la cara. Los gestos hablan a menudo más que las palabras. No desvíe la mirada cuando se trabe, ni haga gestos de impaciencia. Una escucha atenta y relajada, sin juicios ni crítica, le permitirá un discurso más fluido.
- No lo abarca todo. La tartamudez no puede ocupar todo el día: Trate a su hijo, amigo, alumno o compañero con naturalidad. El trastorno no puede ni debe ocupar todo el tiempo. Acéptelo.
- Y sobre todo: Burlas y chistes producen un impacto psicológico terrible. No lo permita. Suponen un grave problema para los afectados, que a menudo son víctimas de situaciones de acoso que dañan seriamente su autoestima.