Que dificil es decir Adios al amigo que fallece
Querido amigo:
Esta carta es para ti. Ahora no la puedes leer y pasarán varios días de angustia antes que puedas hacerlo. Mientras escribo, tú estás a expensas del saber humano y en total indefensión para enfrentarte, por ti mismo, a este nuevo desafío.
Te venció de noche la sorpresa y amaneciste en el limbo de la incertidumbre. Hasta en estos momentos tan ingratos de esta existencia tú todavía te mantienes siendo un ejemplo de bondad por la manera en que te has entregado -con inocencia de niño- a la voluntad de tu Dios, a quien no has dejado de serle fiel, devoto y su instrumento, porque a través tuyo, Él está requiriendo nuestra declaración de fe, sumisión y confianza.
Aun cuando oscuras interpretaciones de la divinidad irrumpen en mi mente para rebelarme a tu situación, es tan sólo tu recuerdo el que me conmina a retener cualquier atisbo de osadía para explicarme, con razonamiento apresurado, el momento presente que estás pasando. Tu convicción y fe en Dios hace que mi incredulidad resulte grotesca. Tu profunda mirada cuando me hablabas del amor a Dios es ahora, en estos difíciles momentos, un faro que sostiene mi angustia y temor de tu mañana.
Tengo miedo, amigo. Miedo que tu mañana se oculte… y que no amanezca más en tus pupilas. Miedo que Dios no me hable a través de tu escrutadora mirada que pretendía -con azul profundo- arrancarme esa incredulidad que asoma en mi rostro y que tú percibías nítidamente en mi mirada esquiva. Había fuerza de verdad en tu verbo cuando me decías: “Haz lo que tienes que hacer y deja lo demás a Dios. Él te protegerá”. Tu persistencia era tal que empecé a creerlo y comencé a buscar a tu Dios en las profundidades del azul de tu alma.
Aprendí a pensar que Dios estaba allí, en tus ojos y aprendí a pensar que tu entusiasmo y entrega al género humano era el credo directo que cada día refrendabas con tu Dios. Y te tuve admiración y quise emularte. Y comencé aprehender mi entorno con desesperada búsqueda de encontrar la Fuerza Divina que tanto afloraba en tu Ser. Y no la encontré. Pero tú siempre me animaste a ser constante y seguir fiel a esa búsqueda de tu poderoso Dios.
Rebelados y tenaces pensamientos están atacando mi Ser y quiero protestar porque tú estás en esta sorpresiva encrucijada de Vida o Muerte. Tengo el grito de ¡injusticia! retenido en mi menuda garganta. Y quiero gritar un reclamo directo al Dios que percibía en tu mirada. Quiero renegar e irme lejos y volver a ocultarme en mi amurallada incredulidad. Quiero huir, amigo, porque si mañana en mi amanecer tú no amaneces, entonces, ¿adónde se habrá ido la esperanza?
Sin más que esperar,
Grego Pineda