Mafalda por siempre, Gracias Quino
Grego Pineda
Washington Hispanic
Mafalda educó a mi hijo. Él creció leyéndola. Ella aún es niña. Él ya tiene treinta y cuatro años. Mafalda y su pandilla refractan la conciencia viva y vigilante de una nación, de cualquier país. Mi hijo tuvo por amigos, y aún recuerda las vivencias de Miguelito, Felipe y el niño trabajador Manolito. A Susanita y sus sueños. Pero sobre todo tiene presente el espíritu critico y de curiosidad de Mafalda. Estoy seguro que él sintió la muerte de Quino, como podría sentirse la muerte de un abuelo: lejana pero profundamente.
El señor Joaquín Salvador Lavado Tejón ha trascendido. Se nos adelantó. Y nos unimos al dolor de su familia. Pero el mundo recordará su obra y sin duda su legado valioso, el cual refleja su compromiso por mejorar el mundo que encontró. Quizá lo dejó igual o peor, pero no por él, o por falta de su aporte, sino por la necedad humana de seguir hacia el despeñadero. El señor Lavado Tejón, a través de Quino, hizo su parte: abrir espacios de comunicación sin importar la nacionalidad, etnia o condición social; también provocó reflexiones sobre el establishment y el statu quo. Usó el humor para tratar temas muy serios. Nunca se burló de nada. Los lectores nos reímos con sus caricaturas porque evidencia lo que usualmente no queremos ver y mucho menos aceptar. Nos da risa darnos cuenta que hemos sido descubiertos. En nuestra medianía.
Mal haría en escribir sobre la muerte de Quino y llenarme de tristeza. Priva en mí, admiración y mucha gratitud por que vivió y supo retratar el intelecto al servicio de la conciencia a través de una niña que ponía en aprietos a los adultos porque ella era la voz que los evidenciaba, los dejaba al descubierto en su mediocridad, tolerancia cómplice y a veces molicie. Después de leer y entender a Mafalda, ya nadie es inocente. Sin embargo, Mafalda sigue manteniendo su candor. Esa es la universalidad y clave del gran aporte de Quino y por eso el señor Joaquín Salvador Lavado Tejón debe descansar, realmente, en paz.
Es un alivio que Mafalda “solo” sea una caricatura. Porque de haber existido de carne y hueso, habría enfermado de los nervios a sus padres y ambos padecido de vejez prematura. La posibilidad de tener una Mafalda en casa es aterradora. Es como vivir con la culpa presente. Sería como mirarse desnudo en un espejo. Esa imagen es implacable, ¿o no? Aún los jóvenes extasiados en su propio físico, saben o intuyen que tal cosa es pasajera. Todo cae, se contrae y se pierde. Por eso Mafalda es difícil, porque evidencia la vacuidad de la vida, si es que no se le insuflan valores humanos, solidaridad y compromiso.
Nadie que lee a Mafalda puede quedar indemne. Si esto sucede, no la entendió.
Gracias Quino, gracias Mafalda y sigue niña porque los adultos le hacemos mucho mal al mundo.