In Memoriam Steven Kaal: Crónica de Amor y Vida
Por Inés Melara*
Era el año 2017, habíamos llegado a La Habana para buscar ayuda médica ya que Canadá no podía hacer más ante la terrible enfermedad que Steven padecía. Llegamos a Cuba con esperanza. Visitamos tres hospitales y en los tres nos habían dicho lo mismo: nada por hacer, demasiado avanzado y era uno de los tipos de cáncer más difíciles de curar. Digna Cuba y su sistema de salud porque bien pudieron habernos dicho que iban a tratar con algo para podernos sacar dinero, pero no, todo lo contrario.
En el último hospital que visitamos, cuando se dieron cuenta que ya habíamos ido a otros dos, no nos cobraron y cuando le contamos a la doctora que queríamos ir al «Centro Médico La Pradera», lugar donde utilizan vacunas en un tratamiento de anticuerpos monoclonal como inmunoterapia, que es algo así como para que el sistema inmune ataque las células cancerosas, nos dijo que nada de lo que hiciéramos daría resultado porque ya era demasiado tarde. «Coma fruta bomba (papaya) y coma todo lo que quiera señor, disfrute la vida y aproveche estos últimos meses», fueron las palabras de la doctora.
Recibir ese diagnóstico que ya conocíamos y no lograr encontrar alguna esperanza fue terrible, pero Steven lo enfrentó con una valentía que hasta hoy me pregunto cómo es que podía con todo. Salimos del hospital sin mediar palabra, yo no sabía si llorar, si consolarlo, si gritar en la calle, no sabía. «Me gustaría caminar» me dijo, entonces eso hicimos. Habíamos caminado unos minutos cuando se detuvo para decirme «¿sabes qué? Con eso de la quimioterapia he estado limitado de tantas cosas que me gustaría comer sobre todo mariscos y, bueno, la Dra. dijo que puedo comer de todo ¿no? pues adelante, quisiera comerme una langosta y eso haremos».
En seguida preguntamos en la calle si había algún restaurante cerca que sirviera langostas, una señora nos recomendó que fuéramos al «Cabaret internacional Tropicana» y que de paso viéramos el show. Entonces averiguamos cómo llegar y nos fuimos. El Cabaret Tropicana no estaba muy lejos, al llegar, vimos una entrada bastante común y sencilla, nadie puede imaginar lo que hay del otro lado de los muros, parece un jardín botánico.
Al entrar, uno se registra y paga ya sea sólo por el show o por el paquete del show y la cena, en esa misma caseta muestran el menú y uno escoge, entre muchas exquisiteces se encontraba la langosta que escogimos inmediatamente, pero al acercarnos para pagar, la cajera nos dijo que lamentablemente langosta no había disponible, que ese plato solo se ofrecía cuando se hacían previamente las reservaciones desde los hoteles y nosotros no hacíamos parte de ninguna reservación.
¡No puede ser! Gritamos al unísono mientras la chica amablemente nos explicaba las razones. En ese instante le pregunté si había algún baño por ahí cerca y le hice señas como que yo le quería decir algo a solas, no sé cómo ella me entendió, y en seguida dijo que me mostraría dónde estaba el baño; por fortuna Steven también quiso ir al baño y eso me facilitó las cosas. Cuando me quedé a solas con ella le expliqué la situación, le dije que pagaba lo que fuera por esa langosta, que era casi uno de los últimos deseos de alguien que ya estaba desahuciado por completo y no sé qué más dije que la mujer terminó llorando conmigo.
Luego nos consolamos y en un abrazo me dijo que estaba bien y que haría todo lo que estuviera a su alcance para que pudiéramos tener la langosta, pero por favor me dijo, usted escoja otra cosa y dígale a él que también escoja otra cosa mientras yo veo cómo salimos de esto, pero le prometo que haré todo lo que pueda.
Aliviada regresé a la caseta, pagamos la entrada al show más las dos órdenes de comida y esperamos afuera mientras nos asignaban la mesa dentro del restaurante. El restaurante era bellísimo con una decoración digna del lugar, al centro, una pianista de unos 75 años deleitaba los presentes con clásicos extranjeros y locales.
Estábamos esperando la cena cuando de repente vimos un violinista que hacía entrada tocando la pieza «Ojos Negros» pieza que fue acompañada por la pianista y por las palmas de los presentes. Cuando terminó de tocar, el violinista se acercó a nosotros para decirnos que pidiéramos una pieza. «Pide una Steven» decía yo bien emocionada a lo que Steven respondió «toque por favor «Por Una Cabeza» que esa le gusta mucho a ella y cuando ella está feliz yo también lo estoy».
Y cuando aquel músico comenzó a ejecutar la pieza, al mismo tiempo, vimos dos cocineros caminando hacia nosotros trayendo en sus manos el plato de la tan deseada langosta. Y juro que lloré, lloré a mares. Tres meses después Steven trascendió. Te amo Cuba, gracias por ser tan digna y tan solidaria.
(*) Escritora, salvadoreña-canadiense.