Muere el genio multidisciplinario Ramón Valdiosera
Washington Hispanic
AP
lo largo de casi un siglo, el mexicano Ramón Valdiosera desarrolló una carrera en la que transitó con éxito por terrenos como la historieta, el diseño de modas, la ilustración, el cine y hasta las corridas de toros.
Valdiosera, a quien se le atribuye haber nombrado el color rosa mexicano, falleció la madrugada del martes en la Ciudad de México a los 98 años, confirmaron a The Associated Press representantes de la fundación que llevaba su nombre, sin precisar la causa de la muerte.
El artista nació en el costero estado de Veracruz el 28 de abril de 1918 y continuaba trabajando como nonagenario. Entre sus últimas obras destaca una serie de murales para la línea 12 del metro de la Ciudad de México, que completó en diciembre de 2012.
Su trayectoria estuvo impregnada de un infinito amor a México y la constante búsqueda de la identidad nacional, que comenzó en las páginas de historietas. Tenía apenas unos 15 años cuando buscó sumarse a Paquito, la publicación de tiras cómicas más importante de la época fundada por Francisco Sayrols.
«Claro que mi historieta era muy primitiva comparada con los servicios que publicaba», dijo a AP en una entrevista en mayo de 2012, con la camisa salpicada de pintura en la Academia Mexicana de Arte Secuencial (AMAS), que fundó y en la que aún impartía clases. «Quise hacer una historieta de tipo mexicano y lógicamente a él (Sayrols) le pareció una base cuyo éxito estaba muy dudoso».
Creador de títulos exitosos como «Medio Litro» y «El diamante negro de Fu Man Chú», abandonó su vocación de novillero ante los pedidos de su madre, aunque le dio continuidad a esta pasión con la historieta «Oreja y rabo» y como cronista taurino.
Llegó a ser director de Chamaco Chico, publicación que convirtió en un diario.
«Fue el primer diario de historietas en el mundo. Se dice fácil, pero un tiraje de 400.000 era realmente avasallador», presumió con plena lucidez Valdiosera, quien aún era objeto de homenajes en las convenciones locales de cómics a las que acudía para promover su escuela, atrayendo a adolescentes que con entusiasmo se referían a él como «El maestro».
Formó además los Estudios América, donde reunió a un equipo de nóveles dibujantes con la intención de emular a la poderosa industria del cómic estadounidense, y donde con el tiempo se formaron grandes dibujantes como Ángel Mora, creador de Chanoc, y Antonio Gutiérrez, de «Risas y lágrimas». Ambos títulos serían adaptados décadas más tarde al cine y la televisión.
Integró «Artistas Unidos», una incipiente forma de sindicato que pretendía emular a las organizaciones que agremiaban a los historietistas en Estados Unidos.
A pesar del éxito, y luego del fallido intento por sindicalizar a los historietistas mexicanos decidió dar vuelta a la página.
Sus años como dibujante le permitieron ver que los historietistas son «unos directores de cine en potencia», dijo en 2012. «Sabemos manejar los personajes de diferentes ángulos, pero manejamos una cosa que el cine tenía poco: manejamos el suspenso, pero el suspenso continuado».
Décadas más tarde, esa visión le llevaría a ganar dos veces el premio Ariel, equivalente mexicano del Oscar, por sus documentales «Himno nacional» (1948) y «Los hombres pájaro» (1949).
A mediados de la década de 1940 «Valdio», como le conocían sus amigos, comenzó a esbozar un prolífico camino en el mundo de la moda, teniendo como consigna la búsqueda de la identidad nacional.
La escena entonces estaba dominada por Christian Dior, cuyas creaciones eran las predilectas de las damas de sociedad mexicana, que también vestían de mexicanos como Armando Valdez Peza y del francés Henri de Chatillón.
«El éxito mío, yo lo entiendo, es que yo hice cosas nuevas en un mundo en que México estaba de moda. Estaba Diego Rivera, (David Alfaro) Siqueiros, José Limón en el ballet», relató Valdiosera, quien logró imponer la llamada moda étnica décadas antes de que ésta engalanara portadas de revistas especializadas.
«Yo llego en el momento en que realmente hace falta lo que hago», añadió sobre su irrupción en el medio, que alrededor de 1945 «era un mundo surrealista», pues «la única vestida con algo mexicano era Frida (Kahlo)».
Valdiosera incorporó en sus creaciones telas comúnmente usada por indígenas mexicanos como la manta y la tela de rebozo y adaptó prendas como los huipiles mayas a las siluetas de la época.
Su propuesta coincidió con el discurso del gobierno del entonces presidente Miguel Alemán Valdés, que de 1946 a 1952 buscó promover la imagen del progreso mexicano. El mandatario lo apoyó tras apreciar sus creaciones mientras preparaba un desfile.
«(Me dijo), ‘Oiga paisano — sabía que yo era de Veracruz_, está la Semana de México en Nueva York. Claro que hay que llevar charros y chinas poblanas, pero ya quieren algo moderno de México. ¿Puede hacer un desfile?»’, relató.
Valdiosera aceptó el reto a pesar de tener muchos detractores.
«Para los cronistas de moda aquí, que estaban pensando en lo que era Vogue y toda esa cuestión americana, yo era un tonto que quería llevar la manta, la mezclilla, la tela de rebozo y me atacaban diciendo que iba a llevar telas de indios», recordó.
En 1949 el hotel Waldorf-Astoria de Nueva York albergó la presentación del mexicano, quien creó una línea de vestidos que mezclaban con maestría la indumentaria indígena de México con nuevas siluetas.
La colección, escribió la reseñista del New York Times Virginia Pope en 1949, «fue distinta» a las que comúnmente se presentaban en el hotel y capturó a la perfección el espíritu mexicano.
«Su creador, Valdiosera, se ha inspirado espléndidamente en el pasado cultural de su tierra natal, adaptando frecuentemente motivos que saltan de las civilizaciones Tolteca y Maya … Fue deslumbrante en color e inusual en diseño», destacó sobre la colección, en donde imperó un rosa tan intenso como la flor de bugambilia.
Al término del desfile, la prensa estadounidense le increpó por aquel color, cuestionando si se trataba de un «Mexican pink», rosa mexicano en inglés. Valdiosera respondió afirmativamente, pues consideró que el tono sintetizaba la identidad nacional.
Valdiosera logró demostrar a sus detractores extranjeros que en México se hacía moda.
«Para ellos es una locura, piensan que no voy a hacer nombre con eso. Cuando les explico que está en los candeleros de la vida, que se usa en los juguetes populares, en las telas y vieron el rosa, pues quedó en la lista de la moda como un color clásico», relató.
La moda mexicana se tiñó de rosa y un nuevo capítulo en la historia de la indumentaria se escribió con R, de Ramón y de su rosa mexicano, que décadas más tarde sería el predilecto del arquitecto Luis Barragán y común en el trabajo de la española Agatha Ruiz de la Prada.
Valdiosera se volvió sello de distinción. Sus vestidos elaborados con telas pintadas a mano, inspirados en indumentaria indígena y con bordados artesanales atraían a las grandes divas de Hollywood.
«Eran cosas muy costosas, pero me daba el lujo de venderle a Rita Hayworth, a la esposa de (Charlie) Chaplin, Paulette Goddard», expresó Valdiosera, quien además vistió a la mítica María Félix en la cinta «Tizoc» (1957), en la que también aparecieron algunas de sus pinturas.
En 1960 Valdiosera se asoció con un empresario para crear Maya de México, su línea de ropa comercial.
«Logramos 14 tiendas en la República (Mexicana) y una en Beverly Hills. Se ganaba mucho dinero», recordó.
Pero no todo fue color de rosa. Mientras su nombre repuntaba, sus finanzas personales caían, pues los desfiles lo llevaban a gastar hasta el 90% de sus ganancias.
Con la llegada de Adolfo Ruiz Cortines al poder en diciembre de 1958, Valdiosera dejó de recibir el apoyo que había tenido en el sexenio anterior.
«Pasé seis años que si no me cuido, el señor Adolfo Ruiz Cortines acaba con mi persona. No con mi profesión, con mi persona. Todo, porque yo era dizque protegido del señor Alemán», enfatizó.
Aunque veía la moda como «el negocio más organizado del mundo» y admiraba a Dior «por su forma de atraer a la mujer y los grandes capitales», a diferencia del francés tenía una debilidad: «no era capitalista».
«Cuando lancé la mezclilla, (la emblemática tienda por departamentos de Nueva York) Macy’s vio la tela, llamó a la modelo, les mandó contratos millonarios a los fabricantes de mezclilla. Ellos se volvieron millonarios y yo me volví famoso», contó el también productor de programas de televisión como «El estudio de Agustín Lara», «Modas y modales» y «México es así».
«Un día dije, ‘La fama es demasiado costosa’. Regalé mi taller y me dije, ‘Valdio, ¡a pintar!», indicó elartista, quien nunca se arrepintió de su decisión. «Lo que he hecho lo he hecho con éxito», aseguró, sin poder definir qué faceta disfrutó más.
«Hubo un algo en cada caso… la amistad con (el torero) Manolete; de ser comunista y amigo de Diego (Rivera), ser amigo de (Rufino) Tamayo e invitarlo a viajar por México. Le hice entrevistas a (Salvador) Dalí en Nueva York, en París me dieron el mejor sitio para el desfile de modas: el trocadero, pisé sus foros», rememoró.
Lamentó no haber dicho adiós al mundo de la moda de una manera adecuada: «Quería haber hecho un gran evento, combinado con ballet y moda para cerrar mi carrera de diseñador», refirió sobre su colección «Libertad», que bocetó pero jamás desarrolló debido a problemas de salud.
Su trabajo dejó una huella peculiar. En 2009 fue objeto de la muestra «Rosa Mexicano. Moda e identidad: la mirada de dos generaciones» en la Casa del Lago de la capital mexicana, una retrospectiva del creativo que exploró la posibilidad de la identidad nacional en la indumentaria a través del trabajo de una nueva generación de creadores como Alejandra Quesada, la firma Malafacha y la marca Trista.
Ese mismo año el Fashion Group International México le rindió un homenaje en el Mercedes-Benz Fashion Week Mexico recordando su trayectoria y a través de un reconocimiento.