Vargas Llosa ingresa en la Academia Francesa como ‘inmortal
Mario Vargas Llosa ya es miembro de pleno derecho de la Academia francesa.
Desde este jueves, el Nobel hispanoperuano se ha convertido en ‘inmortal’, nombre con el que se conoce a los egresados de esta institución, que fundó el cardenal Richelieu hace cuatro siglos.
El jueves 9 de febrero 2023 , Mario Vargas Llosa paso a la historia: siendo el primer escritor de lengua española en ingresar a la Academia Francesa, la venerable institución fundada por el cardenal de Richelieu en 1635 que ha sido el modelo de prácticamente todas las academias fundadas posteriormente, desde la Real Academia Española (1713) hasta el Colegio Nacional (1943).
Toda academia tiene la tarea de preservar la tradición, pero la Academia Francesa es única en su apego a los rituales centenarios.
Antes de presentarse a la primera sesión, cada nuevo miembro debe confeccionarse un traje de gala –el célebre habit vert– bordado de oro, además de conseguir una espada con la que simbólicamente defenderá la lengua y la cultura.
El costo del traje y de la espada asciende a decenas de miles de euros y en general se crea un comité de amigos –llamado el “Comité de la espada de académico” o bien el “Comité del traje de académico” que, durante muchos meses, se dedica a reunir los fondos necesarios para que el nuevo miembro pueda ingresar a la Academia sin arruinarse.
Antes de la ceremonia formal de ingreso, el nuevo miembro asistió la primera reunión acompañado de sus padrinos. Mario Vargas Llosa lo hizo el jueves 2 de febrero, apadrinado por Florence Delay y Amin Maalouf. Allí recibe una “ficha de presencia” que en realidad es una medalla grabada, por un lado con su nombre y fecha de elección y, por el otro, con la leyenda “a la inmortalidad”, ya que los miembros de la Academia son llamados también “inmortales”.
Durante la sesión, los otros miembros seleccionarán una palabra del Diccionario de la Academia y Mario Vargas Llosa deberá hacer un breve discurso sobre esa palabra.
La ceremonia solemne tendrá lugar una semana después: a ella Vargas Llosa llegará vestido de capa y espada, llevando el traje de honor y el sombrero de tres picos que forma parte del uniforme.
Allí pronuncio su discurso de ingreso a la Academia, en el que se celebra la vida y la obra de la última persona que ocupó el sillón que fue electo: en este caso se trata del filósofo Michel Serres, fallecido en 2019.
Los miembros de la Academia recibieron honores militares y para ello estuvo el destacamento de la Guardia Republicana.
A partir de ese día, Mario Vargas Llosa podrá asistir a todas las reuniones de la Academia, aunque con una limitación: durante los primeros meses los nuevos miembros no tienen permitido tomar la palabra.
Deben limitarse a observar y a escuchar. Las reglas y los rituales que rigen las sesiones son tan estrictos que es necesario un periodo de aprendizaje.
La historia de los latinoamericanos que han ingresado a la Academia Francesa es un capítulo que debería figurar en los anales de la institución.
El primero en haber tenido ese honor fue el cubano José María de Heredia y Girard (1842-1905), primo del casi homónimo cantor del Niágara. Heredia nació en Santiago de Cuba, llegó a Francia de adolescente y pasó a ser, junto con Leconte de Lisle, una de las grandes figuras del Parnaso. Hasta hace unos años, en las escuelas primarias todos los niños franceses aprendían de memoria los versos del soneto “Les Conquérants”: “Comme un vol de gerfauts hors du charnier natal…”
Heredia ingresó a la Academia en 1894. Habría que esperar hasta 1996 para que otro latinoamericano, esta vez el argentino Héctor Bianciotti (1930-2012), ingresara a la institución. Bianciotti nació en la provincia de Córdoba, en una familia de campesinos muy pobres que había emigrado del Piamonte. Llegó a Francia en 1961 y publicó casi toda su obra en francés.
Un tercer latinoamericano fue electo en 2007: el novelista Dominique Fernandez (que escribe su apellido sin acentos). Dominique nació en Francia, pero fue hijo de uno de los mexicanos más heterodoxos del siglo XX: el crítico literario Ramon Fernandez, que tampoco usaba acentos. Amigo de Proust y de T.S. Eliot, traductor y ensayista, Ramon fue uno de los jóvenes más brillantes de su generación, autor de estudios sobre Proust, Gide y Molière, antes de caer en desgracia por haber colaborado con los nazis durante la ocupación de París. Murió en 1944, justo antes de la liberación, y no llegó a ser juzgado. Entre muchos otros libros, Dominique publicó una biografía de su padre, Ramon (hay una edición mexicana publicada por el Fondo de Cultura Económica), en la que aparecen las dos facetas del personaje: el crítico de gran sensibilidad literaria y el germanófilo de derecha. Dominique nació en París en 1929 y aunque, a diferencia de su padre, nunca tuvo el pasaporte, siempre se ha sentido mexicano y ha hecho varios viajes a México, en donde aún tiene familia. En su discurso de ingreso, Dominique habló de su padre, que por sus méritos literarios pudo haber ocupado uno de los sillones de la Academia.
Hay otro académico que podemos considerar latinoamericano, al menos por su trayectoria: Roger Caillois, que pasó los años de la Segunda Guerra Mundial en Buenos Aires, donde fue amigo de Victoria Ocampo y de Borges. Colaboró con la revista Sur y a su regreso a París fundó la colección La Croix du Sud, en la que publicó a Octavio Paz, entre muchos otros autores del continente. Caillois ingresó a la Academia en 1971.
A partir del 9 de febrero, Mario Vargas Llosa ocupará el sillón número dieciocho, que ha sido ocupado antes por escritores, cardenales, militares y políticos. El primer miembro de la Academia en ocupar ese sillón fue Jean Baudoin, filólogo y traductor electo en 1634. Baudoin tradujo al francés, entre muchos otros libros, los Comentarios reales del Inca Garcilaso de La Vega. Parecería que desde el año de la fundación de la Academia, el sillón número dieciocho ha llevado la marca del Perú. Además de Baudoin, en ese sillón se sentaron, entre otros, Alexis de Tocqueville (electo en 1841) y Edgar Faure (electo en 1978). Lo ocupó también Philippe Pétain, el mariscal que se distinguió por su valentía durante la Primera Guerra Mundial antes de ser juzgado por traición y condenado a muerte en 1945, aunque su sentencia fue reducida a cadena perpetua. Pétain fue declarado “indigno de la nación” y expulsado de la Academia, dejando el sillón dieciocho vacío hasta su muerte en 1951.
Al ingresar a la Academia, Mario Vargas Llosa se unirá a las filas de los grandes escritores que han pasado bajo la cúpula del Institut de France, sede de esa augusta institución. Entre ellos figuran: Chateaubriand, Pierre Loti, Eugène Ionesco, Paul Claudel, Victor Hugo, Leconte de Lisle, Alexandre Dumas, François Mauriac, Julien Green, Prosper Merimée, André Maurois, Claude Levi-Strauss, Jean Cocteau, Alain Robbe-Grillet, Paul Valéry. Vale la pena mencionar que Marcel Proust –a mi juicio el más grande escritor que ha dado Francia– nunca ingresó a la Academia, aunque de niño, junto con la hija de Heredia, creo una academia de juguete que llamó la “Canacadémie”.
La elección histórica de Mario Vargas Llosa me lleva a recordar las palabras pronunciadas por José María de Heredia en su discurso de ingreso de 1894. “Al recibirme en su Compañía, han ustedes consagrado mi adopción por Francia”, dijo el cubano, dirigiéndose a los otros miembros:
Siempre he querido a Francia. Fue la patria de mi inteligencia y de mi corazón y la amé desde la cuna. Su lengua fue la primera en encantarme a través de la voz materna. Le debo al amor de este noble lenguaje, el más bello que haya nacido en labios humanos desde tiempos de Homero, el honor de encontrarme en su compañía. Gracias a ustedes, señores –y no sabría agradecérselos lo suficiente– hoy soy francés dos veces. Y no es solamente al poeta que esta elección honra; el honor se refracta hasta España, nuestra hermana latina, y todavía más lejos, hasta ese nuevo mundo que se disputaron nuestros antepasados, más allá del Océano que baña la isla brillante y lejana en la que nací.
Algo parecido podemos concluir sobre el ingreso de Mario Vargas Llosa a la Academia: es un honor que se refracta hasta la tierra lejana del Inca Garcilaso, de Arguedas, de César Moro y que ilumina a todo el continente latinoamericano.