La ventana abierta de Grego Pineda
Por Sofia Estévez*
En los duros momentos que el mundo se vio azotado por una pandemia incipiente que no solo nos mostró cuán vulnerables somos, sino qué pocas instituciones y recursos poseíamos para hacerle frente a nivel mundial, el personal sanitario desplegó un heroísmo imparable que no alcanzaremos a pagarle nunca, más debemos reconocerle por siempre.
Asimismo, desde otras trincheras menos peligrosas, pero muchas veces precarias, llegaron los artistas a ofrecernos un solaz, a través de sus obras. Mientras los científicos laboraban contra reloj por una vacuna contra el Covid-19, los artistas, escritores, poetas, gestores culturales, museógrafos, locutores y presentadores, entre otros, saturaron redes sociales, programas de televisión y radio, también balcones, y cuando pudieron aceras y bulevares, de una plétora de entregas que constituyeron la vacuna primigenia ante el mortal virus: ellos salieron a rescatarnos y recordarnos que aún en la desgracia, no todo es trágico ni estamos solos, y que existen otras realidades que nos acercan al amor y sus promesas .
Ante la sordidez que gobernaba nuestros días, el periodista cultural y abogado de origen salvadoreño, radicado en Stafford, Virginia, Grego Pineda desde su aislamiento y encarnando el denuedo -sin tapabocas y con las manos firmes en el teclado de su computadora- decide en sus propias palabras: «crear y abrir una ventana para mirar y mirarnos en el arte que circunda y que transciende», desde su lucerna nos fue ofreciendo cápsulas calmantes para el espíritu a manera de artículos culturales que oscilaron entre ensayos personales, muestras gráficas y poéticas a reseñas literarias que vieron la luz en el periódico Washington Hispanic y más tarde formarían el corpus de su libro Mirada Cultural en Tiempos de Pandemia.
Pineda nos muestra su capacidad de humanizarnos a través de sus delineados textos de variados temas, y nos invita, aún desde el dolor, a repensar la vida, atesorar las palabras y aprovechar el día como nos dijera hace siglos el poeta romano Horacio en su Carpe Diem: «No dejes de creer que las palabras y la poesía/sí pueden cambiar el mundo /porque, pase lo que pase, /nuestra esencia está intacta».
Además de las propuestas estéticas -frente a este nefasto baile de máscaras que todavía no termina para muchos- Pineda nos deja con su incansable labor un testimonio de solidaridad y esperanza: un asidero contra la realidad escurridiza que nos toca presenciar, y que años atrás vivió Macondo en su peste de la desmemoria. Nos dice: «El arte nos ayuda a vivir con algunas certezas. Los esfuerzos personales y grupales de hacer arte merecen un acompañamiento en su difusión; y que solo conociendo y reconociendo la diversidad, podemos aspirar a la unidad».
Haciendo eco a su premisa, aparecen los artistas, escritores y poetas que conforman este libro, ciudadanos estadounidenses, aunque sus nacionalidades de origen nos pasean por El Salvador: Muriel Hasbun, Bessy Blanco (Q.D.D.G), Mario Ángel Escobar, José Vladimir Monge, Carlos Parada Ayala; República Dominicana: Sofía Estévez; Colombia: Luz Stella Mejía Mantilla; Bolivia: Ricardo Ballón; Venezuela: David Camero; y Perú: Alfredo Del Arroyo Soriano.
También el libro ha acogido otras valiosas propuestas como la de la peruana Lucrecia Forsyth, la ecuatoriana Katya Romero, el peruano-español Alex Marchand y los salvadoreños Oscar González y Edgar Iván Hernández.
*Sofía Estévez, escritora y poeta dominicana, radicada en Alexandria, Virginia.