Epístola a una hermana valiente y noble

Grego Pineda

Que este día sea mejor que todos, ya que hace mucho naciste y lo que debemos celebrar no es el acto de haber venido, sino haber sobrevivido. Se debe gritar cuán duro ha sido llegar hasta tu actual condición y tener conciencia del camino y en las condiciones en que lo recorriste. Entonces debe llegarte una sensación de paz, de perseverancia y de valor. Mereces una medalla por sobrevivir y aun cuando el camino fue agreste y difícil, y cuando debías quedarte rezagada por cuantos quebrantos y debilidades te invadieron, no lo hiciste, te negaste al descanso.

 

Cual cristo femenino tenías la misión de ser una sobreviviente. Jesucristo es grandioso ahora, no por haber vivido su vía-crucis, sino por haber salido de él y aún conservar la fe en la humanidad, cuando bien podía aborrecerla y detestarla, con magnánima razón. Esa eres tú, un ser que aún y con derecho de recriminar a la humanidad, no ha gastado un solo minuto a considerar tan humano acto. Por eso eres mi cristo femenino, pues con una fortaleza que solo los seres excepcionales tienen, cumpliste una a una las estaciones y, al igual que Jesús, preferiste conservar la fe y confianza en toda la humanidad.

 

Yo con ellos. Sí, yo con ellos; siendo mi propio Judas; conviviendo con Magdalena y no por su arrepentimiento, sino por puta. Yo el mismo a quien no le cantó el gallo y por eso no pude desmentirme tres veces, quizá trescientas veces. Sí, el gallo no cantó, pues sabía sabroso en el guiso que con él cocinaron las amigas de Magdalena, quienes estaban molestas por su abandono de tan antiguo oficio.

 

A Judas mayor, a quien todos hemos conocido de uno u otro ángulo, le quemaron un momento las treinta monedas y luego se ahorcó. Yo, cual Judas menor, aún me queman las treinta monedas que recogí cuando ayudé al otro a que se ahorcara. Creía hacer acto de justicia; sí, sentía que reivindicaba a alguien de algo, pero aún ignoro de qué a quién. Quizá nunca lo sepa. Quizá.

 

Lo importante es el ahora. Ese ahora que me aprisiona, pues a mi espalda está el abismo y adelante está la incertidumbre. Mis sentimientos desbordan el sentido gramatical de las palabras que, en definiciones frías dictadas por calvas lejanas, ignoran la urgencia que yo tengo de nuevas palabras que expresen mi angustia y ansiedad. Las he buscado y he encontrado algunas como paz, esperanza, anhelos y consuelo, quizá como una broma macabra del destino, pues con éstas no logro expresar mis fantasmas, pero sí que los exasperan.

 

¡Ah!, querida hermana, haz de perdonar mi exabrupto, pero no he podido estar en un momento gozoso, de júbilo y de alegría, sin tener que soportar la furia de estos fantasmas que están allí, acechantes, cuáles defensores de su territorio: mi alma toda. Existe una fuerza que me invade y lleva mi mano y escribe cosas que están en agitada coexistencia a punto de estallar dentro de mi ser.

 

Esa realidad interna tendrá sus propias maneras de expresarse, quizá bordeando palabras u ocupando cientos de ellas para expresar un solo aspecto. No lo sé. Pero sí tengo la certeza que hay un papel y tinta esperando por mí para que de una vez por todas sean los fantasmas los que dicten y corrijan.

 

Luego, después de esto, serán ellos los que vivirán y yo no seré más. Será un acto de liberación-escritura, según ellos, pero en realidad habré logrado mi última coartada, pues al estallar mi alma y materializarse en páginas, quedarán presos dentro de cada palabra escrita y estarán a merced de cualquier persona que, con acto ajeno de temor y respeto, prenderá fuego a esas páginas, que, según él o ella, contienen historias inteligibles y oscuras.

 

En ese entonces, yo estaré descansando y tendré, al fin, la certeza de regocijarme. Y mi gozo será grande, mi júbilo será eterno, pues jamás esos fantasmas hechos humos podrán invadirme, siendo ellos inmateriales y yo materia, cuyo proceso de descomposición ya iniciado representará única e invariablemente la condición de la humanidad, esa humanidad…mi humanidad.