«¿Estamos seguros?»: el sentimiento agridulce de cientos de venezolanos en la frontera de EEUU

Después de semanas de recorrer peligrosas rutas, cientos de venezolanos vivieron momentos agridulces este sábado al llegar a Eagle Pass, en la frontera de Estados Unidos con México, y encontrarse con un tupido enjambre de militares armados y alambre de púas.

«¿Estamos seguros?», preguntaba la venezolana Karlen Ramírez, quien lloraba luego de haber cruzado el río Grande (o río Bravo), frontera natural que separa ambos países, y haberse abierto camino entre el alambre junto a cientos de compatriotas que huyen de su país, inmerso desde hace años en una profunda crisis económica, social y política.

Eagle Pass, una ciudad de Texas con casi 30.000 habitantes, ha sido puerta de entrada para miles de migrantes que llegan a Estados Unidos en busca de una vida mejor.

Junto a un campo de golf que se extiende por debajo de uno de los puentes que conectan México y Estados Unidos, autoridades estadounidenses colocaron rollos de alambres de púas, el último obstáculo para los migrantes en su travesía hacia el «sueño americano».

«Todos somos venezolanos», dijo Jesús Ramírez, quien desplegó una pequeña bandera tricolor de su país. «Todos nos vamos, todos menos uno, el que tendría que irse», en referencia al presidente de Venezuela, Nicolás Maduro.

La mayoría de los recién llegados viene de Venezuela. Algunos, como Luis Durán, de Maracaibo, dijo que al ver toda la frontera cubierta de alambre de púas sintió miedo.

«Pensé que nos iban a maltratar», agregó el venezolano de 37 años que alternaba el llanto y la sonrisa nerviosa luego de cruzar por un hueco por el cual también entraron más de 500 migrantes a primeras horas de la mañana.

Ya en la tarde, otro grupo menos numeroso dijo haber sido maltratado por algunos efectivos militares. «No nos dejaron pasar y nos hicieron caminar y caminar», dijo José Ruiz, un venezolano de 29 años, que dice haber recorrido junto a su esposa casi dos kilómetros a la vera del río bajo el abrasador sol de Texas con el termómetro llegando a los 40ºC.

«A ellos no les importa, nos faltaron el respeto varias veces».

«Les pedimos agua, y no nos dieron, se la tomaban frente a nosotros», dijo su esposa Katiuska Rodríguez.

«Ahí estuvimos como 3 horas, o 4 horas, allí esperando, ya el sol, y peligrando con el agua, que nos podamos ahogar», dijo Antony Quintero, de 21 años, señalando al primer punto en el cual el grupo fue impedido de entrar.

– «No hay comparación» –

Desde octubre del año pasado, las autoridades estadounidenses interceptaron a 2,2 millones de migrantes en su frontera sur, según datos oficiales.

La cifra demuestra el desafío que enfrenta Washington en materia migratoria.

El tema divide a la sociedad estadounidense y es usado políticamente por republicanos y demócratas para atacarse mutuamente.

Con las tensiones aumentando en el conservador estado de Texas, Alejandro Mayorkas, secretario de Seguridad Nacional de Estados Unidos, se reunió este sábado con la presidenta de Honduras, Xiomara Castro, en la también fronteriza ciudad de McAllen, y visitaron algunos refugios de inmigrantes.

La administración de Joe Biden ha intentado desalentar este flujo migratorio con programas especiales para tramitar asilo y visas en países como Venezuela.

Y en el terreno, las autoridades aplican estrategias disuasivas.

Este sábado un convoy militar llegó para reforzar con personal y más alambre los huecos que los migrantes han hecho para entrar en Estados Unidos en los últimos días.

Retazos de ropa cuelgan de las púas, imagen que ilustra la determinación de los migrantes. Muchos de ellos han tenido que cruzar la  peligrosa selva del Darién, en Panamá, han caminado cientos o miles de kilómetros o se han subido al techo de algún tren para llegar a Estados Unidos.

Un alambre de púas no les cortará el paso. Excavan agujeros para pasar por debajo o hacen huecos para cruzar con cuidado ante la mirada de militares.

«Esto aquí», dijo Dileidys Urdaneta, una venezolana de 17 años, señalando el alambre, «no es nada, porque lo que hemos vivido, lo que hemos pasado, es muchísimo peor. Y lo que dejamos atrás, ni se diga, no hay comparación».

La adolescente llegó a Eagle Pass este sábado solo con documentos, un teléfono sin batería y la ropa que vestía, pero con la esperanza de que ahora todo «solo puede ser mejor».