EEUU da refugio a niña cuyos padres fueron asesinados
Víctor Caycho
Washington Hispanic
l sábado 16 de enero fue el día más feliz para Maricela Gisella, una niña huérfana de 12 años cuyos padres fueron asesinados en períodos diferentes en su país, El Salvador. Ese día culminó su más grande deseo, encontrar un hogar seguro, junto a su querida tía abuela Vicenta Castellanos, que reside y trabaja desde hace años en una escuela secundaria de Washington DC.
Hace un año, en marzo, la tía Vicenta llegó a El Salvador poco después que Myriam, la mamá, quien tenía 26 años de edad, fuera asesinada por un grupo criminal. En el 2007 también asesinaron al padre de la menor, cuando Maricela tenía sólo 4 años.
“¡Ay tía, écheme la maleta, lléveme con usted!”, le imploró Maricela a su tía, quien pensó: ¡Dios mío, la niña ha quedado sin mamá y sin papá! Y aquí (en San Martín, El Salvador), no hay futuro porque no tiene un lugar fijo donde vivir, con una tía y otra”.
Poco después la familia decidió enviarla a Washington, por la frontera, “con una persona de confianza”.
“Pasó un mes y para mí fue muy angustioso. No sabíamos donde estaba. Hasta que un domingo, el 25 de octubre del 2015, recibí una llamada. Era Maricela y sentí que el corazón llegó a mi puesto. Me dijo que ya estaba en la orilla y que esa noche la iban a cruzar.
Ya cuando me hablaron de la Patrulla Fronteriza y me dijeron que la tenían desde el lunes 26 me sentí más conforme, porque sabía que ahí ya no corría peligro”, contó la tía Vicenta.
En Michigan
Maricela habló con Washington Hispanic el miércoles 20, sólo cuatro días después de haber llegado desde Michigan, donde permaneció en el albergue Bethany localizado en la ciudad de Kalamazoo, Michigan.
“Me siento feliz”, relata, mientras juguetea con el perrito de la familia. Recuerda que durante el tiempo que pasó en el centro –casi tres meses-, a veces lloraba, sobre todo en Navidad, “cuando extrañé mucho los cohetes que ese día revientan en El Salvador”.
Pero también recuerda que la llevaron a un centro de aprendizaje, “donde aprendíamos algunas palabras en inglés”.
“En adelante tendré que aprender mucho este idioma”, repite la niña, de apariencia frágil pero muy valiente para su edad.
“Le dije a mi tía que quería venir, no me importaron los peligros. Quiero olvidarme de las cosas tristes, anhelo estudiar y después trabajar. Quiero ser cosmetóloga”, dijo, totalmente segura.
“Siempre vas a tener una cabeza que pelar”, le interrumpe su tía, entre risas.
Pero en la mente de Maricela fluyó de pronto un deseo que mantenía escondido: “Quiero que muchos niños, que todavía se encuentran en esos centros, sean entregados a sus padres o a sus familiares, para que también sean felices como yo, se olviden de las cosas tristes que han vivido y salgan adelante”.
“Gracias a Dios, porque Maricela llegó con bien. Como ella estaba solita sólo yo podía protegerla, porque allá en San Martín la situación es fea y aparte hay muchos peligros y no le pueden dar tal vez lo que yo le puedo dar”, señala la tía Vicenta, antes de fundirse en un largo y cariñoso abrazo con la niña.
Habían pasado casi tres meses y al fin pudo recogerla en Kalamazoo, hasta donde viajó en su auto con sus hijos.
“El jueves 14 de enero me llamaron y el viernes 15 me dijeron que ella estaba lista para ser reubicada. Salimos a las 9 de la noche del viernes, llegamos el sábado 16 de enero a las 5 de la mañana, a las 8 abrieron el centro y llegamos a esa hora, donde nos entregaron a Maricela”.
Para todos ellos fue un verdadero final feliz.