Incrementa número de muertos por inundaciones en Mocoa, Colombia.
Washington Hispanic
AP
uego de una jornada de búsqueda de desaparecidos tras las inundaciones en Mocoa, en el sur de Colombia, el presidente Juan Manuel Santos informó en su cuenta de Twitter que la cifra de personas fallecidas subió a 254.
Por la noche, miles de damnificados buscaban cobijo en casas de familiares y en albergues donde familias enteras pasaban la noche compartiendo el mismo colchón.
«Mis hijos no me dejan ir sola a mi casa a buscar nuestras cositas y ya nos están robando todo», dijo a The Associated Press Requilda Pérez, de 62 años, que dejó atrás una casa engullida por el lodo tras las inundaciones en la madrugada del sábado en esta ciudad de 42.000 habitantes.
Cientos hacían fila antes de la cena en la universidad convertida en centro de acogida, a donde muchos llegaron porque es un punto alto con menos riesgo de inundación en caso de que vuelva a llover. La más mínima gota levanta el pánico en las salas abarrotadas de familias a la luz de las velas.
En las zonas más afectadas, la falta de luz dificulta las búsquedas a medida que el tiempo aprieta para encontrar supervivientes. Los casi 2.000 rescatistas se dan 48 horas para dar con los vivos.
Abelardo Solarte, 48, y Jair Echarri, 42, levantaron todo el día los restos de una casa. Con las manos sacaban troncos y piedras incrustadas en camas y frigoríficos. «Cuando escuché las noticias arranqué a ayudar», dijo Echarri, que vive a tres horas de Mocoa.
Encontraron seis cuerpos en las últimas horas, aseguraron mientras despachaban zapatos, cacerolas y libretas de colegio entre las rocas. Varios de ellos, de niños.
El último balance oficial cifra en 43 los menores muertos, 200 los desaparecidos y 203 los heridos, según dijo el presidente Juan Manuel Santos desde el lugar. De los muertos, 170 ya han sido identificados y muchos heridos han sido trasladados a hospitales de otras regiones.
«Mucha gente está asustada; asustada de la posibilidad de otra avalancha o de otra situación, pero quiero darles esa tranquilidad», dijo Santos en una conferencia de prensa el domingo por la tarde después de explicar que la Fuerza Aérea, que sobrevuela la zona, no ha detectado agua represada que amenace con una nueva avalancha.
Mocoa está rodeada y atravesada por ríos y afluentes. Una de esas redes de agua aumentó su caudal por las fuertes lluvias en la madrugada del viernes al sábado y provocó la inundación de innumerables casas de una o dos plantas en esta ciudad de 42.000 habitantes.
Hombres con colchones al hombro, mujeres cargando sofás y adolescentes que trasladan botellas de gas vacían lo que queda de sus casas. Los árboles desarraigados se acumulan en los puentes y el río sigue corriendo por los suelos de negocios arruinados.
Leidi Johana Becerra, 32, embarazada de ocho meses, mira cómo el agua todavía entra por una ventana de su casa y sale por la puerta. «El bebé se salvó porque mi esposo y yo estábamos abrazados muy duro y no se golpeó «, dice con la cara llena de arañazos y golpes. «Íbamos buceando con las piedras y todos los muebles de la casa», asegura.
En la ciudad no hay electricidad ni agua y los alimentos empiezan a escasear en las tiendas. El presidente Santos dijo que el gobierno enviaría insumos para cubrir estas necesidades. Unos 1.800 agentes del Estado ayudan en las labores de rescate.
A las puertas del hospital y el cementerio, decenas esperan reconocer a sus familiares. Quienes no están en la lista de heridos probablemente no volverán. A las 48 horas, los rescatistas empiezan a centrarse en los muertos.
«Los familiares que fueron a ver su casa no encontraron sino el piso», dice Gilma Díaz, una campesina de 42 años que llegó de un pueblo en busca de un primo que llegó hace siete años para buscarse la vida en la ciudad.
En la misa del domingo, los colombianos rezaron por las almas que quedaron en esta inundación. Entretanto, iban y venían camionetas con colchones y mesas, gente cargando bombonas y bomberos con perros buscando cuerpos.
Un informe hidrológico del Ministerio de Agricultura advirtió desde 1989 que una catástrofe de estas características podría suceder si no se tomaban medidas para reforzar los límites de los ríos, canalizar el agua hacia las afueras de la ciudad y restaurar parte del suelo forestal. No está claro por qué esas medidas no fueron adoptadas.
Juana Chanchí de Ruiz, de 74 años, mira a la gente mudarse con los muebles en la acera. Su casa se salvó, pero los ríos pasaban a sus costados.
«Estaba con nervios por el frío, ¿qué va a pasar? Rezamos el rosario y nos acostamos a dormir», solloza. El sueño duró una hora. Luego los despertó un ruido que no habían oído nunca.
El director de medicina legal, Carlos Valdés, dijo a The Associated Press que un equipo de 22 forenses está en la zona para identificar los cuerpos. «Esperamos lo más pronto entregarlos a sus familiares y vamos a trabajar las 24 horas», agregó. Por ello, se instaló una morgue improvisada en las afueras de la ciudad.
«Por acá ya no vive nadie. Nos fuimos todos», afirma Chanchí, que vio llegar hijas y nietos embarrados de lodo y heridos. La familia espera que alguien los lleve a una casa que les prestarán por un tiempo.
Unas 2.000 personas duermen en tres albergues tras perderlo todo con el temor de que otra avalancha llegue a rematar la muerte.