El incierto futuro de los recolectores de «miel loca» del Himalaya a causa del cambio climático

Colgados de una cuerda y encaramados en una escalera de bambú para recolectar un tipo de miel con propiedades alucinógenas en un acantilado del Himalaya, unos escaladores nepalíes mantienen viva una vieja práctica, amenazada por el cambio climático.
Envuelto en humo para protegerse de los ataques de un enjambre de abejas gigantes y colgando a 100 metros del suelo, Som Ram Gurung, de 26 años, va cortando las chorreantes secciones de varias colmenas salvajes en el distrito de Lamjung, en el centro de Nepal.
La «miel loca», procedente del néctar de rododendro, que las abejas adoran, tiene sabor picante y, según sus adeptos, un leve efecto alucinógeno.
Debido a la gran altura a la que se produce, no es fácil de recolectar. Es obra de la especie Apis laboriosa, la abeja más grande del mundo (tiene hasta 3 centímetros de largo), que suele estar presente en los desfiladeros más inaccesibles.

Pero ese no es el único reto que tienen que enfrentar los cazadores de miel hoy en día, pues el cambio climático está planteando desafíos adicionales en estos remotos valles, a 100 km al noroeste de Katmandú.
Doodh Bahadur Gurung, de 65 años, ha transmitido sus habilidades a su hijo, Som Ram. Según él, los recolectores han constatado una rápida caída del número de colmenas y de la cantidad de miel cosechada.
«Cuando éramos jóvenes, había colmenas en casi todos los acantilados gracias a la abundancia de flores salvajes y de fuentes de agua», explica Doodh Bahadur. «Pero cada año es más difícil encontrar» colmenas, señala.

– Pesticidas, incendios y escasez de agua-
El declive de las abejas se explica por múltiples causas: «los cursos de agua se secan por los proyectos hidroeléctricos y por unas precipitaciones irregulares», comenta.
Además, «las abejas que vuelan hacia las granjas también se ven confrontadas al problema de los pesticidas, que las matan», añade.
La combinación de inviernos cada vez más secos, lluvias cada vez más irregulares y el sofocante calor ha hecho que los incendios forestales se hayan vuelto más habituales.
Este año, en Nepal se produjeron más de 4.500 incendios forestales, casi el doble que un año antes, según el gobierno.
Hace diez años, en la aldea de Doodh Bahadur se podían recolectar hasta 1.000 litros de miel por temporada. Hoy, los recolectores tienen suerte si consiguen 250 litros.

Los científicos confirman estas observaciones, señalando que el cambio climático es un factor determinante.
«Las abejas son muy sensibles a los cambios de temperatura», apunta Susma Giri, especialista en abejas del Instituto de Ciencias Aplicadas de Katmandú.
«Son criaturas salvajes que no pueden adaptarse a las actividades o al ruido de los humanos».

– Más demanda y peor calidad –
El Centro Internacional de Desarrollo Integrado de las Montañas (ICIMOD), con sede en Nepal, ha constatado un derretimiento de los glaciares del Himalaya a una velocidad nunca vista y también un «declive brutal de la población de abejas».

En el plano económico, las pérdidas anuales provocadas por una menor polinización en Nepal ascendían en 2022 a 250 dólares por habitante, según un estudio publicado ese año en la revista Environmental Health Perspectives. Se trata una suma enorme, teniendo en cuenta que los ingresos medios anuales de los nepalíes son de 1.400 dólares.
La disminución de las reservas ha hecho que se dispare el precio de esta miel, muy escasa. Hace veinte años, un litro valía 3,5 dólares; ahora, se vende por 15.
Según los comerciantes, su demanda aumentó en Estados Unidos, Europa y Japón a causa de sus supuestos efectos beneficiosos, muy difundidos en redes sociales.
Los comerciantes de miel de Katmandú estiman que cada año se exportan unos 10.000 litros al extranjero.
Un bote de 250 gramos de «miel loca» puede alcanzar los 70 dólares en línea. La demanda «aumenta cada año pero la producción y la calidad ha disminuido», señala Rashmi Kandel, un exportador de miel de la capital nepalí.
Cada vez hay menos jóvenes dispuestos a dedicarse a esta actividad, que dura un mes.
Como ocurre en todo el país, los jóvenes abandonan la vida rural para dedicarse a empleos mejor remunerados en el extranjero.
Som Ram Gurung extiende sus brazos y piernas hinchados tras descender por el acantilado. «Tengo picaduras por todo el cuerpo», dice. Según cuenta, estaría dispuesto a irse a trabajar a alguna fábrica de Dubái por un sueldo mensual de unos 320 dólares.
Su padre, Doodh Bahadur, lamenta tanto la desaparición de las abejas como que los jóvenes se marchen. «Lo perdemos todo», dice. «El futuro es incierto para todo el mundo».