País insuficiente para merecer al poeta Josué Andrés Moz
Escribo desde Washington DC., y evoco mi reciente viaje a la República de El Salvador, donde conocí y conversé con el poeta y gestor cultural Josué Andrés Moz. Supe de primera mano su militancia poética y digo así, militancia, porque en la “Ciudad Letrada” de ese país, hay un enardecido ambiente de musas que pugnan por develar su preñez y dar a luz el mejor poema. Sin embargo, las barriadas literarias están llenas de fetos o deformaciones de todo tipo.
Pero no todo está perdido en el averno salvadoreño, todavía vive la esperanza en espíritus como el de Moz. Las ilusiones, nobleza y buena fe, como virtudes casi subversivas, sobreviven, a pesar de todo, en la poética de Josué Andrés. Y la prueba es su extraordinario poemario «El Libro del Carnero», donde se vacía «a través de las palabras arrodilladas en la página». Treinta y dos poemas iluminan la soledad y tristeza de un pueblo famélico y proveen un riachuelo creativo que aliviará la anémica cultural ya no de la ciudad letrada, sino de todo el país, especialmente en los tiempos nuevos.
La poética de Andrés Moz está bien trabajada, depurada y refinada. Y aborda temas cotidianos que abaten a sus conciudadanos: violencia de todo tipo, rapacidad campante y cinismo, corrupción y engaño oficializado. Nos dice que «Escaleras abajo mi país escupe su amargura sobre mi rostro». Y, no obstante, eso no amilana ni entierra el buen decir y destreza del espíritu, mente y corazón de nuestro joven y afiebrado poeta. No se vence, no se deja y en medio del carnero, se impone con fuerza enarbolando metáforas, giros creativos para no ensuciar su obra al tratar temas tan nauseabundos que marcan y hasta definen a la actual sociedad salvadoreña. Canta: «Sucias están mis manos y siempre limpio mi corazón».
Todo ese malabarismo escrito para denunciar lo repudiable, para alzar su voz de alerta y alarma, todo eso queda corto cuando, extraordinariamente, tiene espacio para hablar de la mujer amada, de la sensualidad, del erotismo, del beso furtivo, enamorado y desesperado por anudarse con el amor y sexo de su fémina para juntos meterse en el caracol de sus existencias y vivir su amor, y nos confiesa: «No más venas visibles ni ternura escondida, / no más lenguaje de plomo ni palabra del agua /». Esta conjunción de emociones y desafíos hacen que el poemario sea de los llamados a perdurar, como perdura el amor, a pesar de todo.
El poemario de Moz no está encriptado, ni escribe desde el monte Sinaí de su inspiración, porque no quiere ni necesita alardear de su intelecto. Pero tampoco es llano pues no quiere que el relativismo campee en la gravedad de su temática, aún y cuando verse sobre el amor erótico o confesiones regadas por aquí y por allá, por eso aclara: «A este poema nadie puede entrar por la puerta de adelante. Este poema es una casa con las ventanas rotas y roto el lenguaje que lo escribe desde el tejado».
Josué Andrés Moz, nació en San Salvador en 1994. Egresó de la Licenciatura en Letras por la Universidad de El Salvador. Ha publicado «Carcoma» de la Editorial La Chifurnia en 2017, bajo la dirección del poeta Otoniel Guevara, «Pesebre» de la Editorial La Chifurnia en 218, «Babel» de Malpaso ediciones en 2020. Y este 2022 acaba de lanzar una bella antología «Niños de un planeta extraño vol.1. “Imprecisa fotografía de un álbum narrativo en construcción”». Esto último en su militancia y solidaridad poética.
(*) Escritor de la diáspora salvadoreña en USA, Magíster en Literatura Hispanoamericana de la Pontificia Universidad Católica del Perú.