El tropiezo del Covid-19: El respeto a los seis pies de distancia es la paz.
Grego Pineda
Ventana Cultural WH
Los tiempos que corren no corren, tropiezan. La economía mundial, nacional y por tanto personal, también tropieza. El empleo está cojo, aunque avanza con las muletas de ayudas estatales.
El plan anual, personal o familiar, de viaje al país de origen se canceló y consiguientemente se ha suspendido el ritual del eterno retorno en que vivimos los inmigrantes latinos en Estados Unidos de Norteamérica (sé que el nombre es “de América” pero tropiezo con eso).
Aquí, localmente, las visitas personales se suspendieron de golpe y luego reducido a la mínima expresión que es la expresión máxima del miedo.
Bajo la amenaza cierta del Covid-19, los compartimientos humanos se llevan a cabo online, con herramientas cibernéticas que están proliferando y optimizándose para mantener la comunicación a pesar de la separación física.
Y los pocos e inevitables intercambios personales que se suscitan se dan en la comparsa de no acercarse mucho, no tocarse, no descubrirse la boca ni nariz, mirarse con recelo para descartar síntomas y ¡ni se diga si por casualidad asoma una inoportuna tos!, aunque no tenga relación con enfermedad o con el virus famoso.
Sabíamos que estando en público había que reprimir cualquier expresión corporal involuntaria, pero ahora añadimos la tos o algún indicio de que estamos “indispuestos” de salud.
Vivimos en sigilo, listos a distanciarnos si alguien se aproxima. Caminamos y cohabitamos en permanente alerta de no ser emboscados en nuestro entorno con la presencia corporal de los no invitados.
Y luego, a cada momento, el enjuague de manos con desinfectante para prevenirse del virus y limpiar el repudio y asco que genera haber tocado objetos e interactuado con los congéneres.
Hay algo de deshumanización en esto que menciono, ¡que pena!, pero es cierto. El mexicano Benito Juárez dijo que el respeto al derecho ajeno es la paz. Ahora sería: El respeto a los seis pies de distancia es la paz.
Reina el desconcierto por doquier, hay miedo. He escrito de la incertidumbre del diario vivir, del roce e intercambio con “el otro”. Pero lo peor no es eso, que comienza y acaba en formalismos, rituales y superficialidades, es decir, en aislamiento, extrañamiento y evitamiento.
Lo más grave, creo, es lo que sucede internamente, en la mente, corazón y alma. Si se quiere, en los sentimientos, en las emociones y hasta en la autoestima.
Mientras escribo pienso que la mayoría estaremos de acuerdo en los párrafos anteriores porque lo hemos experimentado de una u otra manera. Pero lo que sigue es tan desafiante como el virus mismo.
Se es en relación al otro, es decir, se reafirma la individualidad en la medida en que nos distinguimos de los demás y para eso hay que estar con y en medio de la gente.
Y la interacción habitual y ordinaria con los conciudadanos nos da certeza, en mayor o menor medida, de quien somos y lo que somos. Pero en este largo tiempo donde hemos estado recluidos, apartados y evitando el espejo de los otros donde reflejarnos, nos han colocado en el centro mismo de la atención personal y única. Somos el centro del Universo. Pero, ¿Cuál Universo?
Las respuestas pueden ser tan diversas como estrellas en el firmamento. La mayoría busca evasión y no asume las interrogantes que imponen los tiempos emergentes, porque eso los obligaría a buscar respuestas y es comprometedor e implica responsabilidad de sí mismo, de tomar el timón de su vida en medio de un panorama tan incierto como veloz.
Prefieren relativizar su valía de seres humanos a través de las redes sociales, las cuales nos facilitan y estimulan al aislamiento real de la sociedad.
No digo que sea malo o bueno evadirse a enfrentar la soledad existencial y aprehender que la certidumbre está lejos de ser recuperada, porque todo está mutando: el virus covid-19, la economía, la sociedad, la política, la geopolítica, la educación y las bases de cuanto hemos conocido. Y tantos cambios generan vértigo.
Muchos están trabajando y otros están recibiendo sus clases desde casa, exigidos a replantearse paradigmas e improvisar una nueva dinámica y disciplina. Igual sucede con los profesores.
Los centros estudiantiles cerrados también generan una sensación fantasmal, de estar allí pero no ser, porque los nuevos tiempos los han convertido, por ahora, en obsoletos. Los negocios, decía al principio, caminando a medias, con ayuda.
Las iglesias mermadas en la utilización del espacio, así como los teatros, cines y demás. El tropiezo del Covid-19 nos ha dejado entre lo real y lo virtual, entre desdibujarse en el universo virtual de las redes o reafirmarse en la esencia humana y personalidad a través de una toma de conciencia de quien soy, adonde estoy y hacia dónde voy, a pesar de que el marco referencial esta balanceándose entre la vida y la muerte. Esta última no es virtual.