El retrato de mi madre, hecho con amor y con Alzheimer: Nicolás Shi

Por Grego Pineda*

 

La candidez y nobleza del famoso pintor salvadoreño-estadounidense Nicolás Shi, una vez más, me rindió. Pero esta vez me causó una inesperada emboscada –terminología bélica que prima en mi generación salvadoreña– y fue sin intención de su parte. Resulta que yo había visitado su estudio situado en el corazón de Washington D. C., para conocer sus últimos logros pictóricos, inquietudes estéticas y constatar sus respetabilísimas y envidiables posturas éticas.

 

El encuentro fue cálido, a pesar de tener 7 años de ausencia, con pandemia de por medio, y después de responder a mis interrogantes y contarme sus descubrimientos y experiencias personales vividas durante la pandemia y de cómo salió avante de tal flagelo junto a su pareja Frank Blackburn, llegamos a un punto de la conversación que permitía temas ajenos a mi trabajo de periodista cultural y su compromiso de responderme.

 

De pronto, en una pared al lado de la sala donde conversábamos en su estudio, advertí una pintura grande, donde pude reconocer los rasgos de su madre y por eso le pregunté, como quien quiere entrar a temas más íntimos, menos formales, como una muestra de amistad personal y le dije: «Ella es tu madre, ¿verdad?». Sí, me respondió.

 

En mi avanzada de confianza le interrogué: «¿vive ella?». No, me respondió con serenidad. Y luego, con licencia de la amistad le dije: «¡Ah!, lo siento, ella sufría de Alzheimer ¿verdad?» Sí, me respondió Nicolás Shi, con un dejo de profunda soledad. Y ese cambio de tono en su voz me activó mi diafragma sensible y me sentí culpable de haberle preguntado. Traté de salir del embrollo sentimental y mi intento fue peor porque ni imaginé cómo me afectaría su respuesta, cuando le solicité: «Háblame del cuadro, dime cómo y porqué lo hiciste».

 

«Mira –me dijo– yo viví parte de la enfermedad de mi madre y las últimas veces que la visité en El Salvador, ella ya no me reconocía y cuando conversaba era una mujer sin tiempo, es decir, me hablaba de su infancia como si en ese momento la estuviera viviendo. Y hablaba una niña con toda y su memoria, pero ya no mi madre. Entonces eran momentos dolorosos pues tenías a una niña que necesitaba protección como yo alguna vez lo necesité, pero esta vez era mi madre. Era angustiante, triste, doloroso y profundamente eterno».

 

Noté que la conversación y el encuentro había llegado a un punto sin retorno y me culpé por eso. Entonces, azorado, le dije: «Nicolás, enfócate en el cuadro, dime como fue el proceso y que sientes hoy al ver el resultado». Y su respuesta me ha trastocado desde ese día, como hijo, como artista, como ser humano, como padre y como amigo indivisible de Nicolás Shi.

 

«Cuando murió mi madre –comenzó trémulo Shi– y como es natural –se justificó con arrobo– tuve un embate emocional muy fuerte y sentí la necesidad de canalizar la gama de emociones que me ahogaban. Y concebí el retrato de mi madre como cualquier otro cuadro que he pintado; sin embargo, esta vez era diferente: Muy diferente. Y diseñé el retrato para ser pintado en una gama de colores que se diluyeran en 12 tonalidades. Y hacerlo en múltiples, más de mil, pequeños cuadros de metal imantado que pudieran ser unidos como rompecabezas y formar el retrato de mi madre».

 

«Esta técnica era complicada y compendiosa porque me obligaba a pintar y numerar cada uno de los 2,878 pequeños cuadros, pero era la única manera de entender los últimos años de vida de mi madre y de su partida física definitiva. Como ya te dije, su vida se fue desdibujando en su memoria. Poco a poco mi madre perdió el recuento de su vida. Y llegó a un punto cero. Y yo viví eso y la impotencia ante la vida y el deslave de la memoria de mi madre, hizo que concibiera su retrato como algo que, una vez hecho, se pudiera deshacer, poco a poco, cuadro por cuadro, para que no quedara nada, como nada quedó en la mente de mi madre».

 

«Por eso este retrato tiene varias características: armado y tal como lo ves, tiene color y vida, pero si apagas la luz y se mira en penumbras la perspectiva cambia y el aprecio del cuadro se vuelve en blanco y negro. Y luego, si se remueven, uno por uno, los cuadritos pintados a mano y que lo conforman, se puede vivir lo que ella vivenció: desdibujarse su vida sin que se diera cuenta. Centímetro a centímetro de este cuadro se remueven años de vivencia de mi madre. Y si remueves todos, no queda nada. Todo esto me ha hecho meditar mucho y concebir la vida de manera distinta».

 

Sé que el lector podrá comprender la intensidad de lo que Nicolás compartió y podrá entender que ya no pude pensar ni escribir la entrevista que llegué hacer. Eso queda para otra entrega. Fue suficiente captar el mito de Sísifo en su afán de pintar y despintar el retrato de su madre Sofía Quan de Shi a través de pequeños cuadros imantados. La vida no es un gran cuadro, es la sumatoria de muchos cuadros, pequeños, como las pequeñeces de la vida. Y hoy quedamos convidados por el talento y creatividad de Shi a meditar en ello.

 

*Escritor, Abogado y Notario salvadoreño residente en Virginia.