El fantasma de la deportación también amenaza a familias estadounidenses
Oscar migró a Estados Unidos en brazos de sus padres, cuando era bebé. Natalie es estadounidense. Se conocieron en la escuela, se casaron y formaron un hogar. Pero él podría ser deportado, porque ingresó al país ilegalmente. Esta no es una novela.
El presidente electo Donald Trump advirtió que realizará deportaciones masivas en cuanto asuma el mando el 20 de enero. Y ya aparecen propuestas legislativas para recompensar a quienes delaten a sus vecinos indocumentados.
Nacido en México, Oscar Silva, de 24 años, cruzó el río Bravo hace más de dos décadas y su vida está en Texas: escuela, universidad y matrimonio en 2022 con Natalie Taylor, de 23 años.
«Soy estadounidense en todos los sentidos, menos en mis documentos», cuenta desde su casa en Denton, cerca de Dallas.
Graduado en Economía y Contabilidad, acaba de hacer una pasantía en el Capitolio, pero su situación migratoria le impide trabajar y tener licencia de conducir. Sus amigos se sorprenden.
«Mucha gente me dice: no esperaba que fueras indocumentado. Y es justamente eso. No hay un rasgo de personalidad que te haga indocumentado», asegura.
Oscar esperaba acogerse al programa «Keeping Families Together» (Mantener a las Familias Unidas), lanzado por el presidente saliente Joe Biden en junio.
La iniciativa permitía a inmigrantes sin estatus legal, casados con estadounidenses -o viudos de- y que califican para una residencia, comenzar sus trámites sin salir de Estados Unidos.
Pero un juez declaró ilegal el programa, a pedido de autoridades de estados conservadores aliados de Trump, liderados por Texas.
El plan tenía previsto beneficiar a 500.000 personas. Según la organización FWD; un 81% de este grupo trabaja y ha vivido más de dos décadas en Estados Unidos.
Sin ese plan, personas como Oscar deberán volver a su país de origen, que les es ajeno, iniciar los trámites allí y esperar una respuesta que puede demorar años, sin garantía de retorno. La cosa empeora si los deportan.
Eso implica separarse de sus familias, perder sus empleos, perderlo todo.
– «Lo que les pertenece» –
Más hacia el sur, en El Paso, frontera con México, Mirna Cabral fue traída por sus padres a los cinco años. Estuvo casada por una década con un estadounidense, tuvo dos hijos y enviudó en 2023.
A sus 37 años, si Mirna fuese deportada, sus hijos de 10 y 12 años también perderían a su madre.
Desde su casa se puede ver la fronteriza Ciudad Juárez. Pese a la cercanía geográfica con México, donde nació, lo siente culturalmente lejos.
«Para mis hijos, yo soy estadounidense. Y ellos son diez veces más estadounidenses que su padre. No podría llevármelos conmigo, separarlos de sus sueños, de lo que les pertenece. Es como si ellos no pudiesen ser validados porque su mamá es migrante», lamenta.
En tanto Foday Turay fue traído por su madre desde Sierra Leona a los siete años. Pudo ir a la escuela ya que, en Estados Unidos, la educación pública está garantizada independientemente del estatus migratorio.
La realidad le pegó cuando quiso sacar su licencia de conducir. «Le pregunté a mi mamá qué pasó. Y allí me contó la historia de cómo cruzamos la frontera», detalla.
De 27 años, está casado y tiene un hijo con una estadounidense. Vive entre Filadelfia y Nueva Jersey.
– DACA, un frágil escudo –
Unos 90.000 de estos casos son también beneficiarios del programa DACA lanzado por Barack Obama, que protege temporalmente de la deportación y permite trabajar a inmigrantes que llegaron irregularmente antes de cumplir los 16 años, entre otros requisitos.
Mirna y Foday son receptores de DACA. «Es mi último escudo», dice Foday, asistente del fiscal de distrito de Filadelfia. Mirna trabaja con Inteligencia Artificial.
Un juez de Texas declaró ilegal el programa y ha bloqueado nuevas aplicaciones al DACA, perjudicando a Oscar. Pero el litigio por su vigencia continua.
«Pago impuestos y vivo mi vida como estadounidense(…) Todo lo que conozco es Estados Unidos. Si cancelan DACA, miles de nosotros quedamos en la incertidumbre», comenta Foday.
Espera que Trump «solo se enfoque en deportar a los criminales, porque Estados Unidos es una tierra de inmigrantes. (…) Trump dijo que quería ayudar a quienes obtuvieron un título universitario a tener una residencia».
Esa posibilidad favorecería a Oscar, pero no confía. En caso de ser detenido, lleva en su billetera una tarjeta con números de su familia y abogado, para que las autoridades avisen a sus seres queridos. «Espero lo mejor, pero me preparo para lo peor».
– Por la familia –
«Es preocupante tener un presidente que habla de poner fin a la ciudadanía por nacimiento, algo que afectará a todas las comunidades, no sólo a los nuevos inmigrantes. Eso sacudirá los cimientos de nuestra sociedad, es aterrador», considera Harold Solís, codirector legal de la ONG Make The Road New York, que trabaja con migrantes.
«Recordamos cómo se sentía estar bajo la administración Trump, ver a los niños separados de sus padres, ver esta deshumanización de la persona que viene en busca de una vida mejor. Así que la amenaza es mayor», afirma Alan Lizarraga, director de comunicaciones de la Alianza Fronteriza por los Derechos Humanos.
Mirna espera ver a sus hijos cumplir sus sueños: «Quiero estar a su lado, apoyándolos y verlos convertirse en alguien importante, tal vez en el próximo presidente de Estados Unidos. Quiero estar aquí para verlo».
Natalie, esposa de Oscar, es maestra. Anhela tener hijos, pero sabe que es un riesgo si deportan a su marido. Quienes rechazan la migración ni siquiera se relacionan con migrantes y no saben su realidad, dice.
Está dispuesta a mantener a su hogar unido. «Yo seguiría a Oscar a cualquier parte. Si lo deportaran y tuviera que mudarse a México, yo me mudaría a México, por más difícil que sea dejar mi comunidad y a miembros de mi familia, lo amo y valoro nuestra relación», precisa.
Esta no es una novela.