El Salvador, el Gigante de América

Por Grego Pineda*

El Salvador es extraordinario por su Historia; su población es asombrosa por su resistencia, su fe volcánica y su capacidad de adaptarse y reponerse a y en toda adversidad o desafío a su existencia. Y a pesar de todo, el salvadoreño sonríe y da gracias a Dios por un nuevo día para luchar. Algún día, ¡primero Dios!, dará gracias por un nuevo día para vivir, ser feliz y gozar.

El Salvador, a pesar de su violencia social, la cual es destacada por los medios de comunicación internacional, la mayoría de sus habitantes son pacíficos, amables, gustan de la convivencia social y valoran mucho la visita de los extranjeros, teniendo por norma mostrar lo mejor del país y de su bondad. Por eso uno de los slogans publicitarios es que “El Salvador es grande como su gente”. Además, la mujer y hombre salvadoreño mira su trabajo no solo como subsistencia sino como su identidad personal, familiar y nacional.

El territorio de El Salvador es de 21,000 kilómetros cuadrados, es decir, es menor que el Estado de New Jersey. Tiene una herencia étnica mestiza, descendientes de los mayas: náhuat y pipil entre otras. Sin embargo y debido a un etnocidio, cometido por una dictadura miliar en los años 30, muchas expresiones tradicionales fueron forzadas a desaparecer, por eso se cree que no hay indígenas, ya que no usan sus vestimentas y son pocos los que hablan náhuat. Lo menciono aquí para reconocer su existencia.

La geografía ha favorecido a El Salvador con maravillosos volcanes, con playas que deslumbran y conmueven por su esplendor, contamos con los grandes lagos de Ilopango y Coatepeque y el clima es tropical siendo benigno durante todo el año. Debido a la corta extensión territorial del país el visitante puede disfrutar en un solo día y con viajes en vehículo de las playas con sol abrazador y luego cenar en uno de los restaurantes campestres en la fresca cúspide de uno de sus volcanes a cuarenta y cinco minutos de distancia de la ciudad.

Nadie niega la violencia social como igual sucede en otros países y se asume esa deficiencia en la medida en que se duplica la cordialidad y esfuerzo en que el visitante y turista esté seguro y disfrute del país. El Salvador es mucho más bonito de lo que dicen los medios de comunicación, quienes lo reducen a su famoso plato: las pupusas y el fenómeno de las maras. Somos mucho más que eso. Un pueblo valiente, generoso y muy agradecido.

En los años 80 y 90 la migración salvadoreña se asentó en Los Estados Unidos de América y en su mayoría eran de la zona oriental de su país, por eso ahora es numerosa la presencia de la comunidad en grandes urbes estadounidenses. La primera generación siempre paga el derecho de asentamiento; y luego las nuevas generaciones, si bien son nacidos en USA y hablan inglés nativo, también es cierto que en sus casas se les hereda y exige hablar español, porque es el lenguaje del hogar, de los abuelos y del amor.

La presencia de la comunidad de salvadoreños en los Estados Unidos no solo está en las cocinas de los restaurantes, o los que limpian las oficinas, o construyen las casas y edificios, o cuidan los niños de otros, también hay artistas, escritores y poetas, así como profesionales en diferentes disciplinas e incluso en la política estadounidense, y muchos profesores que educan a la juventud estadounidense.

Ahora podemos decir que el alma nacional salvadoreña es transnacional pues muchos de sus hijos e hijas vivimos en Estados Unidos, Canadá, Italia, Australia, España, México, Perú y etc., pero no importando donde durmamos y amanezcamos, siempre El Salvador brilla en nuestro corazón, mente y espíritu. Y qué maravilloso sería tener en nuestra sala una obra del maestro pintor Miguel Ángel Ramírez, cuya muestra pictórica ilustra este artículo. Ramírez, hoy por hoy, le da luz a Panchimalco con su Centro de Arte, el cual debes visitar pronto.

Por todo lo anterior, no es extraño que tanto dentro del país como afuera de él, la producción literaria y poética en especial, pero también en otras ramas estéticas, el salvadoreño es un afiebrado productor y apasionado entusiasta. Quizá se anhela retener, recrear y apaciguar al amado, pero también sufrido país. Hay que salvar a El Salvador, el pobre no tiene quien lo salve.

(*) escritor, Máster en Literatura Hispanoamericana.