Cada año es un verso en el poema de vida que escribimos

Grego Pineda
Washington Hispanic

«Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobe mi persona.», inicio memorable de la novela El túnel del argentino Ernesto Sábato.

Por su parte, el colombiano Gabriel García Márquez comienza Cien años de soledad así: «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevo a conocer el hielo.»

Al terminar de leer cada novela, volvemos a las primeras líneas, quizá con nostalgia de haber finalizado esa experiencia transformadora y casi siempre reveladora.

Otro inicio genial es el de Cervantes, que está en el imaginario universal: «En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, vivía no hace mucho un hidalgo de los de lanza ya olvidada, escudo antiguo, rocín flaco y galgo corredor.»

En El túnel, capitulo IV, un sujeto invita al personaje Castel, a un cóctel de la sociedad. Y él pregunta ¿de qué Sociedad?, pues le revienta esa forma de emplear el artículo determinado que tienen todos ellos: laSociedad, por la Sociedad Psicoanalítica; el Partido, por el Partido Comunista, la Séptima, por la séptima Sinfonía de Beethoven. La obsesión, desesperación y aprehensión de Castel lo empujan asesinar a María y por ese motivo está en la cárcel y es allí que escribe la novela.

El túnel es la puerta de entrada a la narrativa del argentino. La obra cumbre de Sábato es Sobre héroes y tumbas. No cito partes de ella porque sería un crimen para la novela y una estafa para el lector o lectora reducirlo a eso. Adelanto que para mí fue una lectura estremecedora. Cada parte de la novela es el todo. Y leerla es una experiencia de vida, aunque en este caso, junto a Alejandra su principal personaje, no estoy seguro. Usted lo averiguará.

La obra maestra de Gustave Flaubert: MADAME BOVARY, la disfruté a mis 51 años de edad, y al final de su lectura sentí y pensé que había desperdiciado medio siglo por no haber leído una obra tan intensa en la auscultación de la naturaleza humana, particularmente en la femenina. Leo para darle sentido intelectual y espiritual a mi vida, nunca por ocio.

La primera vez que leí el poema del peruano Cesar Vallejo «Los heraldos negros», fue tal el impacto que casi desfallezco, me abrumó y asustó: «Hay golpes en la vida tan fuertes… Yo no sé! / Golpes como el odio de Dios; como si ante ellos, / la resaca de todo lo sufrido/se empozara en el alma…Yo no sé! / Son pocos; pero son…Abren zanjas oscuras/en el rostro mas fiero y en el lomo más fuerte. / Serán talvez los potros de bárbaros atilas;/ o los heraldos negros que nos manda la Muerte. / Son las caídas hondas de los Cristos del alma, / de alguna fe adorable que el Destino blasfema. / Esos golpes sangrientos son las crepitaciones/ de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.»

Sentía que, habiendo alguien escrito un poema como ese, ¿Quién se atrevería a escribir más poemas? Compartí mi sentir con amigos y amigas y me exhortaron a que siempre la realidad daba para mejorarla o justificarla con nuevas perspectivas y que cada persona es un poema en potencia. Cada año de vida es un verso, me dijeron. Y continué escribiendo.

La literatura puede ser un puente de entendimiento, conocimiento y hasta de amor. Te invito a entrar al túnel para vivir sobre héroes y tumbas y regocijarte con Madame Bovary y así, al final, poder asimilar golpes como el odio de Dios, que sería como vivir cien años en soledad, pensando ser un Quijote