Alarma entre los científicos ante la arremetida de Trump contra la investigación
De tratamientos para el cáncer al cambio climático, el gobierno de Donald Trump reconfigura el panorama de la investigación en Estados Unidos, que corre el riesgo de alejarse de su meta de ser una nación líder en ciencia y enfrentar una fuga de cerebros.
En sus primeros 100 días de gestión, la estrategia de Trump incluyó desde despidos masivos en agencias federales y recortes de miles de millones de financiamiento hasta amenazas directas a universidades y la prohibición del uso de vocabulario vinculado al género y el calentamiento global.
«Es simplemente colosal», comenta Paul Edwards, quien dirige un departamento enfocado en la interacción de la sociedad y la ciencia en la prestigiosa Universidad de Stanford. «Nunca he visto algo como esto en Estados Unidos en mis 40 años de carrera», agrega a la AFP.
Su sentimiento es ampliamente compartido por la comunidad científica y académica.
A finales de marzo, más de 1.900 renombrados miembros electos de las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina denunciaron públicamente que usar amenazas al financiamiento para controlar qué estudios se financian o son publicados equivale a censurar y socavar la misión principal de la ciencia: la búsqueda de la verdad.
«El objetivo científico del país está siendo diezmado», escribieron en la declaración. También instaron a la administración a «cesar todo ese embate masivo» a la ciencia estadounidense y pidieron el apoyo de la sociedad.
– «Rabia contra la ciencia» -Durante el primer gobierno de Trump (2017-2021), la comunidad científica ya había advertido sobre una arremetida contra la ciencia, pero las acciones de esta nueva gestión van mucho más allá.
«Esto es definitivamente mayor, más coordinado», dice Jennifer Jones, directora del Centro para la Ciencia y la Democracia en la Union of Concerned Scientists.
Para Jones el gobierno sigue el guión del llamado «Proyecto 2025», que reúne una serie de propuestas promovidas por conservadores -y seguidas por Trump- para reestructurar o desmantelar instituciones científicas y académicas claves, incluida la respetada Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA), a la que acusan de promover un «alarmismo climático».
Varios funcionarios de Trump se han hecho eco de esos planteamientos, incluido el secretario de Salud, Robert Kennedy Jr., un escéptico de las vacunas que ha aprovechado la desconfianza que se generó contra la ciencia durante la pandemia de covid-19.
El resultado ha sido una ruptura del acuerdo tácito que alguna vez unió al Estado con la producción de conocimiento, opina Sheila Jasanoff, profesora de Harvard, universidad que se ha convertido en el principal blanco de Trump con el congelamiento de 2.200 millones de dólares de financiación federal.
Trump ha buscado someter a varias universidades prestigiosas a las que acusa de tolerar el antisemitismo en sus campus, y amenazó sus presupuestos, su estatus de exención de impuestos y la inscripción de estudiantes extranjeros.
«Para mí, la rabia contra la ciencia es una reminiscencia de la rabia religiosa fundamentalista», comentó Jasanoff.
– Daño generacional –
Enfrentados a estos cambios radicales, cada vez más investigadores consideran irse de Estados Unidos, en una potencial fuga de cerebros de la que otros países pretenden beneficiarse.
En Francia, legisladores presentaron una ley para crear un estatus especial para «científicos refugiados».
Algunos se irán, pero muchos simplemente desistirán y eso podría causar la pérdida de toda una generación de talentos, advierte Daniel Sandweiss, profesor de ciencias del clima en la Universidad de Maine.
«Son los estudiantes en ascenso, las superestrellas que están comenzando a surgir» quienes amenazan con irse, afirma Sandweiss. «Vamos a perder a un montón de ellos», advierte.
Muchas industrias, incluida la farmacéutica, dependen de estos talentos para innovar. Ahora, dice Jones, «hay un peligro real de que se llenen esos espacios con ciencia basura e investigadores desacreditados».
Tal es el caso de David Geier, un activista antivacunas que practicaba medicina sin licencia, pero que recientemente fue nombrado por el secretario de Salud para participar en un estudio que vincula las vacunas con el autismo, algo que aseguran los expertos dará resultados sesgados.
«El nivel de desinformación y confusión que está creando esta administración tardará años, potencialmente generaciones, en deshacerse», añadió Jones.