Familia refugiada llega a EEUU en plena disputa migratoria

Washington Hispanic
AP

ace solo una semana, Nadia Hanan Madalo y su familia recibieron la noticia que los refugiados como ellos habían estado esperando: tenían pasajes en un vuelo a Estados Unidos desde Irak y llegarían justo antes de la entrada en vigor de la última orden ejecutiva sobre inmigración de Donald Trump.

Pero hasta que pusieron un pie en suelo estadounidense no estuvieron seguros.

Todo lo que sabía la familia de Madalo es que no podía volver a su pueblo de mayoría cristiana. Combatientes del grupo extremista Estado Islámico lo invadieron hace varios años y allí solo queda devastación. Las carreteras están llenas de minas. La localidad fue destruida. Y su casa familiar quedó reducida a cenizas.

«Gracias a dios hemos aterrizado aquí», dijo entre lágrimas tras abrazarse con su madre y hermanos, que la esperaban el miércoles con globos y un ramo de flores en el aeropuerto de San Diego.

Mientras volaban a Estados Unidos, un juez federal en Hawai paralizó el revisado veto migratorio de Trump, en el último episodio de un enfrentamiento entre el gobierno y los tribunales que ha arrojado más incertidumbre en las vidas de los refugiados.

Las agencias de reasentamiento dicen que más de 67.000 refugiados estaban a punto de recibir aprobación para entrar en Estados Unidos cuando el decreto presidencial de enero suspendió el ingreso durante 90 días para ciudadanos de siete países de mayoría musulmana — Irán, Irak, Libia, Somalia, Sudán, Siria y Yemen — y durante 12 días en el caso de los refugiados.

Después de que una corte federal en California bloqueó la orden en febrero, declarándola inconstitucional, miles se apresuraron a entrar en Estados Unidos antes de la emisión de un nuevo veto. El gobierno de Trump dijo haber revisado los problemas legales que suponía el primer documento y retiró a Irak de la lista negra de naciones.

El juez de distrito Derrick Watson paralizó la norma citando «evidencias cuestionables» para reforzar el argumento de seguridad nacional de la Casa Blanca. Trump, quien defendió la necesidad de la ley para evitar la entrada de terroristas al país, criticó el fallo judicial diciendo: «El peligro está claro. La ley es clara».

En un primer momento, Madalo, su esposo y sus cuatro hijos iban a abandonar Irak el jueves, el mismo día en que debía entrar en vigor el nuevo veto migratorio. La revisión del decreto permitía que los refugiados con boletos reservados durante el jueves pudiesen entrar al país hasta final de mes.

Ante el revuelo originado por la primera orden ejecutiva, la familia no quería correr riesgos y logró adelantar su viaje un día. Después de esperar cuatro años para viajar a Estados Unidos, hace una semana supieron que un vuelo con refugiados que partía el miércoles tenía sitio y no dejaron pasar la oportunidad.

Se sintieron afortunados. Una hermana de Madalo, que está en Líbano, está entre los que esperan para poder ingresar al país.

Antes de partir, Madalo y su esposo regresaron una vez más a su pueblo. La familia no había vuelto en tres años, desde la llegada del grupo EI. Las fuerzas del gobierno expulsaron a los radicales de la zona pero su casa estaba en ruinas — la sombría confirmación que necesitaban para irse.

Aun así, fue un momento complicado. El esposo de Madalo, Salim Tobiya Kato, lloró durante horas al despedirse de sus hermanos, consciente de que no los volverá a ver.

«Es duro dejar mi lugar de nacimiento, donde están todos mis recuerdos y donde están enterrados mis padres», explicó.

Al mismo tiempo, estaba deseoso por reunirse con su hijo de 21 años, Aujen, que llegó a Estados Unidos el año pasado. Madalo está contenta porque su familia puede dejar de huir. En 2014 salieron de su pueblo rumbo al Kurdistán iraquí, donde sus hijos acudían a una escuela abarrotada para desplazados.

Su destino final será el suburbio de El Cajon, en San Diego, donde vive la segunda mayor población de caldeos del país. Vivirán con su madre y sus cuatro hermanos y sus familias, además de con algunos de sus primos.

Pero por cada familia que celebra una emotiva reunificación, miles más están en el limbo. Personas como Midya Alothman.

Este refugiado sirio y sus dos hermanos residentes en Buffalo, Nueva York, esperaban la llegada de sus padres y el resto de sus hermanos en febrero. Compraron los ingredientes para el festín, el café favorito de su padre e hicieron planes para hacerse con tulipanes rosa y morado, los colores preferidos de su madre.

Entonces, su vuelo del 16 de febrero fue cancelado sin explicación alguna y no pudieron reprogramarlo para antes del inicio del nuevo veto.

«Quizás puedan estar dos meses, tres meses y está bien. Bien. ¿Qué va a pasar después? Tengo miedo de esto. Tengo miedo», explicó Alothman, un musulmán curdo de Siria que trabaja 24 horas a la semana cobrando el salario mínimo como traductor y recepcionista en una clínica católica.

La orden ejecutiva, de 16 páginas, incluye una reducción del 55% en el número total de visas concedidas. En lugar de las 110.000 previstos para este año, se emitirán solo 50.000. Hasta esta semana se habían admitido ya a casi 38.000.

Madalo y sus parientes entienden el dolor de la espera.

Sus padres tardaron años en superar el proceso de comprobaciones antes de recibir el visto bueno. Después se canceló. Durante las demoras posteriores, la salud de su padre empeoró. En 2015, durante su viaje a Estados Unidos, falleció.

Su hermano, Gassan Kakooz, quien llegó al país en 2008 como refugiado, lo enterró en San Diego. En su departamento guarda na foto de él en una estantería alta, como si estuviese vigilando la sala.

En los últimos años, Kakooz ha recibido a sus hermanos uno a uno, ayudándoles a buscar vivienda y trabajo. Él, su esposa y sus hijos obtuvieron la ciudadanía estadounidense y no tienen planes para regresar a Irak. Ahora su hermana pequeña y su familia están también en el país.

«Estoy muy contento», dijo. «No puedo decirle lo contento que estoy».