“Quiero, debo y tengo que aprender inglés”

Mónica Tellería
Washington Hispanic

on el eco del coro que se escucha desde uno de los salones de la academia IMA en Falls Church. Una y otra vez, toda la clase repite las frases como un regimiento en su calentamiento, dispuestos a enfrentar al enemigo. Súbitamente la cháchara se convierte en una sola voz: la del instructor, que pregunta: What do YOU want?, What do YOU need and What do you have? haciendo énfasis en ese YOU, que produce un ruido sin palabras. Hay risas tímidas, crujen las sillas, y uno que otro yace curcucho en su pupitre. Todos piensan y ponderan. Desde la última fila se escucha esta vez la voz de un alumno con una respuesta llena de determinación. “I want, I need and I have to be my own boss” dejando a todos sin habla.

Ese es el espíritu y el ímpetu que late en las últimas horas de la noche en todo IMA: hombres y mujeres comprometidos en hacerle frente al principal responsable de no poder concretar sueños en este país; personificado y apodado de todo: barrera, obstáculo, muralla, etc. etc… el inglés. Esa palabra simple y breve, capaz de convertirnos en seres diminutos, como el chapulín después de la chiquitolina, pero sin poderes; capaz de destruir nuestros sueños y de mandar a la basura todo lo que este viaje ya ha costado. Dolor, humillación, miedo. No es exageración. El no hablar inglés puede hacernos propensos a muchos males. Y de la manera que lo pintamos o de la manera que nos lo pintan, intentamos esquivarlo, evitarlo y hacer de cuenta que podemos vivir sin mirarle, en la misma casa, y sobre todo sin amarle. Todos conocemos los dramas del amor sin lucha, pero también existen valientes vaqueros que saben que hay que agarrar a ese toro estadounidense por las astas.

Unas horas entre los pasillos y las aulas de IMA brindan una radiografía del rodeo que significa aprender inglés. Cada día decenas de personas cruzan el umbral de IMA, algunos con las piernas flaqueando y con el pulso elevado, pero dispuestos a cambiar su vida por siempre.

“Hi there”, es la siempre alegre y siempre vibrante voz de Ms. Elba, que supervisa el turno de la noche. Son casi 15 años que viene desempeñando esa labor, con el mismo entusiasmo y buen humor. En esa antesala comienza cada día la primera lección real del inglés. Habiendo inmigrado desde Guatemala en su niñez, Elba conoce perfectamente bien lo que significa adaptarse a nuestro nuevo país. Totalmente bicultural y bilingüe, interactuar con los estudiantes solo en inglés, ofreciéndoles los intentos necesarios para que puedan expresarse correctamente, es su faena diaria.

“Es maravilloso ver que gradualmente el monstruo que es al principio el inglés, se va convirtiendo en el mejor amigo de muchos estudiantes”, comenta Elba, al explicar también que fue testigo de varias historias de éxito en IMA, como la estudiante que anhelaba comprar su casa pero debía ganar más para hacerlo; al aprender inglés fue ascendida y finalmente pudo comprar su vivienda. Otra alumna tenía que trabajar en tres lugares porque quería comprarse un auto, pero eventualmente pudo conseguir ganar en un trabajo el equivalente a los tres anteriores, y es que ya podía desenvolverse en inglés. “Es realmente una clave”, nos dice, Elba, “hablar inglés hace posible muchos sueños”

No cabe duda que las inquietudes por lo general son monetarias, pero poder comunicarse en inglés es, como nos decía un estudiante, “desestresante”. Gastón, otro estudiante, llega media hora antes todos los días para enfrascarse en el laboratorio de inglés de IMA. “Vivo 15 años en el país, tomé clases en las escuelas públicas, pero ahora tengo un compromiso sólido conmigo mismo”, comenta. Y es que Gastón tiene un bebé y una razón mayor para “no tener que depender de intérpretes en el médico, y tantas otras situaciones”.

Cada persona que ocupa un asiento en IMA tiene una historia que contar y una misión por cumplir, pero la experiencia no se limita a los estudiantes. “Jamás hubiera sabido qué son las pupusas”, nos comenta Marc, uno de los instructores oriundo de New Jersey, “tampoco hubiera sabido que tengo que comerlas con las manos”, nos indica maravillado. “Mis alumnos me dan una lección cada día que me ayuda a apreciar su esfuerzo. No sé lo que es emigrar a otro país, ni nunca tuve que aprender un idioma para sobrevivir. El ‘thank you teacher’, que llega a mí con un fuerte apretón de manos al finalizar una lección, es el motor que hace esta labor mucho más gratificante”.

Y esa es la misión que se plantó firmemente con los cimientos de una empresa denominada IMA hace más de dos décadas, según su Presidente Roberto Catacora. “Nuestro respeto y compromiso con nuestro cliente comienza cuando él o ella cruza nuestro umbral, y estamos bendecidos en contar con un personal administrativo que se suscribe a la misión, y que toma muy en serio nuestra labor y nuestro compromiso con la comunidad hispana en general”.

“Es fascinante ver cómo ha evolucionado la tecnología en torno a los métodos de enseñanza del inglés y aunque estamos siempre listos para embarcarnos en ese tren veloz informático, nada substituye a un instructor de carne y hueso que sobre todo se sensibiliza con la experiencia del inmigrante en este país”, nos dice la directora de IMA, Yhamel Kantrowitz, que cuenta con una maestría en lenguas extranjeras y literatura. “Estamos viviendo momentos cruciales como comunidad, lo mínimo que podemos hacer es tomar nuestro trabajo y nuestra profesión en serio y respetar la confianza que nuestros alumnos depositan en nosotros”, añade.

Desde tempranito en la mañana, en las tardes, en las noches, los sábados y domingos también, acuden estudiantes de todas las edades a las tres localidades de IMA; con un sin fin de experiencias y necesidades que nos ponen a cada uno de nosotros en éste nuestro segundo hogar. Al final de cuentas para conseguir lo que necesitamos para tener lo que queremos, tenemos que aprender inglés.