Ucronía sobre la “Obertura Solemne 1812” de Tchaikovsky

Se ha dicho que el señor Pyotr IIyich Tchaikovsky concibió su extraordinaria Obertura Solemne 1812 para representar el ataque de Napoleón Bonaparte a Rusia, precisamente en el invierno del año 1812, pero yo sé que no fue así: él escribió mientras lloraba de rabia, de impotencia, de pavor hacia sus propias circunstancias.

Él no escribió pensando en tal hecho histórico, sino que usó ese pretexto para desahogarse, para viabilizar su lucha interna, devanarse y contorsionarse en la más trágica representación que una persona puede hacer. Expuso su batalla interna: pensamientos contra deseos; sus profundos impulsos contra los convencionalismos sociales.

Y cuando se hartaba de esa exasperante emoción escribía un cañonazo y quizá dos o tres y hasta seis. Él podía bombardearse hasta aniquilarse y sin embargo, al momento de rendirse a sí mismo, venían esos breves momentos de música dulce y lastimera que están entre cada estallido-cañonazo emocional.

La Obertura ensaya presentarnos paz y quietud: inicia suavemente como describiendo un lago sereno y apacible. Sin embargo, aparecen sonidos bajos que presagian la existencia de fuerzas y desafíos en las profundidades y luego están allí los sonidos dulces que hacen más evidentes los tonos bajos. 

Ese lago sereno y soñador ha sido, poco a poco, enturbiado y súbitamente salta intempestivamente algún monstruo de tiempos idos que irrumpe airada y violentamente esa paz. Cae al agua y desaparece en el nuevo oleaje. 

Breve melodía suave y lenta. Al minuto el monstruo reaparece y viene disparado de las profundidades con ese cañonazo que dispuso Tchaikovsky. Suena un disparo en la oscuridad, luego otro y otro que llegan hasta mi propio lago, pero este está abandonado desde siempre y ahora con este ataque musical está al fin esparciéndose desordenadamente por los aires:  está caótico. 

Entonces viene la melodía suave, delicada…agotada, apaciguándolo todo y dejando que se asiente el agua. Es menester esperar. Pero pronto aparecen los comandos de alteración y hay disparos, fuertes disparos, muchos disparos de cañones.

Cada explosión es un grito de furia, de rebelión e incluso de petición de auxilio. Él sabe que con ese sonido puede llamar la atención hasta del agitado infierno y es comprensible que él busque ayuda en ese lugar, habida cuenta que no la encuentra en los cielos.

¡Vamos amigo!, continúa disparando y déjame enrolarme en tu ejército que combate y dispara rabiosamente. Pero que, sobre todo, sobre todo querido amigo, grita y llora de impotencia contra la guerra que libra en sí, por sí y para sí mismo.

Seré tu mejor soldado y dispararé con macabra alegría los cañones que derribarán los tímpanos de la sociedad. Esa sociedad que aplaude su propia sordera y que, sin sospechar siquiera tu sufrimiento, te felicitará una y más veces por tan magnífica y heroica pieza. Ellos dirán cosas vagas y comunes, mientras que de tu parte y mi parte merecerán que apuntemos tus cañones hacia ellos: ¡BOMMM!, ¡BOMMM!, ¡BOMMM!

¡Adelante comandante, continuemos disparando y no desmayemos jamás!

Nota: Se agradece al pintor salvadoreño Henry Ramírez, por la autorización de publicar imagen de su pintura “Ciudad de Luz”, la cual fue donada y hace parte de la exclusiva colección pictórica de la Fundación del también pintor nacional Miguel Ángel Ramírez, “Casa Taller Encuentros”, de marcada presencia en El Salvador.

*Escritor de la Diáspora salvadoreña en EE.UU., y Magíster en Literatura Hispanoamericana.