Recordar y honrar aquél 9-11

Por Grego Pineda*

 

¡Esto es guerra y atacan a los Estados Unidos de América!, concluyó un ciudadano nicaragüense-americano, después de mirar las improvisadas y confusas noticias que proveían las cadenas televisivas.

 

Y era una mañana de septiembre, en Washington D. C., cuando dos aviones habían derribado las torres gemelas del World Trade Center, en Nueva York; otro se había estrellado en uno de los cinco lados del Cerebro Militar y también otro avión comercial estaba perdido y se temía que llegara a la Casa Blanca.

 

Me embargó un desconcierto que se convirtió en angustia al salir del edificio hacia la I Street: el tráfico paralizado, bocinas sonando, ambulancias ululando y cientos de personas caminando de un lado para otro, con rostros graves y en algunos de ellos se adivinaba miedo, mucho miedo.

 

Caminé a la Metro Station Farragut West, situada en la esquina, al llegar noté que la habían cerrado. Alguien me informó que los metros no funcionaban por temor a que sucediera algún atentado en los mismos.  Yo sentía ansiedad y miedo, pero fingí serenidad. Otra persona, también de habla hispana, comentó que la línea verde había sido cerrada porque pasaba bajo la Casa Blanca, pero que el Metro de la línea roja y los otros continuaban trabajando.

 

Corrí a la Metro Station Farragut North, que se ubica al atravesar la plaza entre ambas estaciones, y allí logré abordar el último tren. Efectivamente, habían cerrado el ingreso y el paso de la línea verde por las zonas consideradas de alta seguridad o peligrosidad.

 

Estando dentro del tren me sentí seguro, pero de pronto me asaltó la interrogante: ¿y si hacen un atentado en el metro? Recordé las escenas de televisión referentes a un atentado terrorista con gases venenosos ocurrido en Japón. En el metro, los rostros de las personas reflejaban miedo, zozobra, ansiedad, pero sobre todo incredulidad. Quizá el mío reflejaba lo mismo.

 

Al llegar a casa, en Maryland, la televisión mostraba las noticias. Estaba ansioso de saber qué, quién, por qué y qué haría el Gobierno de los Estados Unidos de América. Fue impresionante ver caer aquellas majestuosas torres, que eran un monumento al ingenio humano y un símbolo de Nueva York. Me parecía increíble que tal estructura estuviera cayendo, y más increíble mirar que muchas personas estaban saltando al vacío para no calcinarse.

 

La vida estaba siendo generosa o ingrata… les estaba dando la opción de morir quemados o volando hacia la nada, con la certeza en ambas opciones de morir rápidamente. Me conmovió pensar en esas personas.

 

En la televisión hablaban de un suicidio colectivo. No lo sé, pero no puedo sentirme cómodo con escribir suicidio, pues en un suicidio se tiene la opción de vivir o morir, pero en este caso no se trataba de vivir, únicamente de morir y la opción era elegir cómo.

 

Lo que estaba sucediendo era imprevisible, incluso llegué a temer, sin razón alguna, pero así fue, que hubiera un ataque nuclear. El ambiente de inminente peligro me recordaba los doce años de guerra sufridos y vividos en El Salvador.

 

Desde aquella fecha, en los Estados Unidos de América, muchas otras torres se han derribado: de la seguridad, de la paz y sobre todo de la invulnerabilidad. Y nosotros, pueblo hispano, aún lloramos a nuestros anónimos saltadores y no los olvidaremos jamás, porque el dolor y pérdida no saben de status legal ni documentos.

 

* Escritor, Abogado y Notario, Magister en Literatura Hispanoamericana, residente en Virginia.