Celebrando lo que tenemos en Común
Vladimir Monge*
El Libro de cuentos, «Lo que tenemos en común», viene a convertirse en un importante aporte a la literatura hispanoamericana en el contexto de la cultura anglosajona predominante. Son historias, recuerdos, emociones, vivencias del pasado y del presente que transmiten y preservan el legado cultural que arrastramos junto con la experiencia del destierro.
El fenómeno más interesante en relación con los diversos grupos de origen hispánico es la erosión de las barreras que los mantenían separados, lo cual ha desembocado en el surgimiento de una nueva identidad. En Estados Unidos hay inmigrantes de origen mexicano, caribeño, sur o centroamericano, pero todos nos sentimos latinos o hispanos con un vínculo común que es el lenguaje español y, a pesar de la influencia que ejerce el idioma inglés, preferimos utilizar nuestro español como herramienta de expresión y lenguaje artístico.
Nuestra literatura está empujada por claras fuentes de inspiración: la Nostalgia (por lo bueno que dejamos y vivimos), el deseo del regreso (cuando las cosas estén bien, que en muchos casos se vuelve utópico) y la lucha por pertenecer a la nueva cultura y adaptarse a una vida donde el tiempo está medido en dinero. Esto conlleva a que nuestra literatura reclame la autoridad de la experiencia de lo que es ser hispano en este país.
La temática de la literatura latinoamericana, su arraigo eminentemente social, su naturaleza popular y su interés por los problemas de la identidad y la existencia, influyen indefectiblemente en la creación literaria de los latinoamericanos en los Estados Unidos. Especialmente el problema de la identidad se agudiza al encontrarse en el paradigma de la migración y la diáspora. Soy de aquí y soy de allá en oposición a ni de aquí ni de allá.
El libro narrativo, «Lo que tenemos en común», es una colección de cuentos que se nos presenta de manera literaria y no como cuento popular de la tradición oral de nuestros pueblos. Básicamente, un cuento se caracteriza por su corta extensión pues debe ser más corto que una novela, y, además, suele tener una estructura cerrada donde desarrolla una historia, y solamente podrá reconocerse un clímax. En la novela, y aun en lo que se llama novela corta, la trama desarrolla conflictos secundarios, lo que generalmente no acontece con el cuento, ya que este sobre todo debe ser conciso.
La mayor parte de la cuentística de «Lo que tenemos en común» siguen la estructura clásica: Introducción, nudo y desenlace. Son historias cortas destinadas a ser leídas de una vez, a dierencia de la novela, que puede ser leída por partes. En su conjunto son un aporte valioso.
En esta colección de cuentos que nos presentan los autores peruanos encontraremos una variedad de historias que nos conectan con las ciudades que dejamos aún cuando lo que se narre, sean paisajes, calles o personas, ya no existan. Cuando regresamos al barrio notaremos que ya no es lo mismo, que la ciudad cambió para bien o para mal y que nuestros amigos de infancia también se fueron por el mundo a hacer sus vidas y que nuestros viejos hace tiempo se fueron. Nosotros mismos pareceremos extranjeros en nuestro contacto con las nuevas generaciones.
Después de leer el libro, uno se queda con la duda de si Ani Palacios fue en realidad testigo de un crímen, por la manera de narrar en «Bordes Desgarrados» el drama que sufren muchas mujeres en el cruce de la frontera y realmente es una ilusa si cree que vamos a corregir nuestros errores y disparates gramaticales y hábitos grotescos en internet; si Alberto Caballero en realidad se encontró a una niña perdida en la montaña y solo le tomó una foto con un lindo paisaje de fondo y se marchó o si en algun momento de su vida se enamoró de una mujer barbuda.
Uno también se pregunta si Alfredo del Arroyo vive en un permanente Deja vu y sobrevive con solo un riñón, pregúntele usted. También hay que preguntarle a don Ricardo Vacca Rodríguez si siguen llegando mujeres a su apartamento, aunque sea en sueños, como lo cuenta en el «Beso de la Medianoche», que creo que hay algo que no ha querido contar y ojalá que Jerry Gómez Shor, Jr. no haga lo que hizo en «El Préstamo» al aplicar por una hipoteca o un préstamo bancario, que de nada sirve enojarse.
El libro puede adquirirse online, publicado por Pukiyare Editores, bajo supervisión editorial de Ani Palacios, pero antologados por Alfredo M. Del Arroyo y Ricardo Vacca-Rodríguez. El contenido es de lujo por las plumas de mujeres y hombres que han vertido su talento creativo.
(*) Vladimir Monge es poeta salvadoreño-estadounidense.