Cómo cuidar a los niños cuando ocurre un desastre natural
Ese día que Reina Pomeroy sin querer se hizo experta en cómo los desastres naturales afectan a los niños, empezó de una manera placentera.
En esa mañana soleada de diciembre, ella y su esposo, David, habían llevado a sus hijos, de 7 y 2 años, de excursión por senderos cerca de Boulder, Colorado. Los vientos feroces los regresaron a su casa ubicada en la cercana Louisville, a donde se habían mudado cinco meses atrás.
Cerca de las 11:30 a.m., mientras intentaban acostar a su hijo más pequeño para que tomara una siesta, Reina observó que el sol había cambiado de un color amarillo-blanco a «anaranjado tipo fuego en el cielo», un tono que reconocía por haber crecido en California. Su esposo pronto lo confirmó: unas llamas humeantes habían empezado en las praderas secas al oeste.
En los siguientes 45 minutos, los Pomeroy estaban considerando la posibilidad de evacuar. Reina le dijo a su hijo mayor, «Si nunca pudiéramos regresar aquí, ¿qué te gustaría llevarte?» Él agarró su oso de peluche y su manta.
Afuera, el viento estaba tirando los botes de basura como si fueran arbustos rodantes. El humo se hizo tan denso que no se podía ver el otro lado de la calle. Para la 1:35 p.m., los Pomeroy estaban huyendo en su SUV.
Esa noche, cuando el automóvil que habían abandonado en su cochera les alertó que la temperatura había llegado a los 200 grados, supieron que su casa se estaba quemando. Mientras los adultos lidiaban con las noticias, su hijo de 7 años observaba. «Mi hijo me vio perder la calma», dijo Reina. «No había una estrategia de, ‘Así es como hablamos con nuestros hijos sobre eso’. Era más como, ‘Así es como estoy reaccionando'».
El incendio Marshall del 30 de diciembre, que mató a dos personas y destruyó casi 1,100 viviendas, fue una calamidad personal para los Pomeroy y su familia. Pero su experiencia de tener que guiar a sus hijos por un desastre no es única.
Cada año en todo el mundo, aproximadamente 175 millones de niños se ven afectados por desastres naturales. Y a medida que Estados Unidos entra a la temporada de apogeo de huracanes, incendios forestales y más, que algunos científicos llaman «la temporada de peligro», los expertos dicen que es importante comprender las necesidades de los niños.
Los niños son particularmente vulnerables a las consecuencias a largo plazo de los desastres, dijo Betty Lai, profesora adjunta en el departamento de psicología educativa, del desarrollo y consejería de Boston College. «Ya que los niños todavía están creciendo y todavía están adquiriendo experiencias sobre cómo lidiar con el mundo, enfrentar un desastre a una edad temprana puede tener un mayor impacto en los jóvenes que tal vez en los adultos», dijo Lai, autora de varios estudios sobre cómo los desastres afectan a los niños.
Las alteraciones a la vida diaria pueden tener un efecto exagerado en los niños, dijo el Dr. Justin Zachariah, cardiólogo pediatra y profesor adjunto en la Facultad de Medicina de Baylor y el Centro de Cardiología Infantil de Texas en Houston.
«Aunque todas las personas pueden ser criaturas de hábitos, los niños específicamente dependen de la estructura como base para el resto de sus vidas», dijo Zachariah, quien ayudó a escribir un comunicado científico de la American Heart Association en el 2017 sobre la adversidad en la niñez y la adolescencia. Un desastre puede cambiar drásticamente todo lo que los niños requieren para prosperar: hogar, familia, escuelas, vecindarios y conexiones con amigos.
La percepción de peligro de un niño puede ser un indicador considerable de la reacción a largo plazo ante un desastre. Lai dijo que los niños pueden sufrir estrés incluso si sus vidas nunca están en riesgo directamente, si tienen que cambiar de escuela o uno de los padres pierde su trabajo.
Las reacciones de los niños varían enormemente, dijo Zachariah. Algunos parecieran no verse afectados, mientras que el estrés postraumático puede llevar a que otros se cierren o se hagan hipersensibles.
Esto puede tener un impacto negativo tanto en la salud mental como en la salud física. Los estudios han vinculado la adversidad infantil con el riesgo a largo plazo de sufrir ataques cardíacos, derrames cerebrales y otros problemas. Los niños traumatizados podrían tener dificultad para dormir o pesadillas, dijo Lai. Quizás batallen en la escuela porque faltaron a clases o desarrollen dificultad para concentrarse. Los síntomas pueden durar por años.
Sin embargo, un desastre no tiene por qué marcar a un niño de por vida. Los niños «a menudo son mucho más resistentes de lo que pensamos», dijo Zachariah.
Los estudios revelan que la mayoría de los niños pueden recuperarse. Pero no todos. Así que los adultos necesitan permanecer alertas a las dificultades, dijo Lai.
También necesitan establecer el tono emocional. «La reacción de los niños ante un desastre se basa en gran medida en la reacción de sus padres ante ese desastre», dijo Zachariah.
Entre más jóvenes sean los niños, más observarán a los padres para ver qué tan preocupados deberían estar, dijo él. «Si un desastre natural está ocurriendo alrededor de un niño pequeño, pero se están cubriendo las necesidades básicas de ese niño pequeño y los padres no externan o no muestran ninguna señal de angustia, tal vez el niño no se dé cuenta de que algo está pasando».
Los padres tienen que caminar por la cuerda floja cuando enfrentan realidades aterradoras. Zachariah recomienda «la mayor honestidad que sea apropiada» en la relación padre-hijo. Un hijo mayor puede manejar más transparencia que uno pequeño. Sin embargo, ocultar la dura realidad, «generalmente va a ser un ejercicio inútil, porque los niños se enterarán», dijo él.
Lai estuvo de acuerdo. «Sabemos que los niños son muy perceptivos», dijo ella. «Así que, incluso si no lo dices, quizás comprendan que algo grande está pasando. E incluso puede ser mucho más aterrador para los niños el no haber platicado de algo grave».
Después de un desastre, regresar a los niños a su rutina es crucial, dijo ella. «Las rutinas son muy reconfortantes y proveen estructura para los niños, y también para sus familias».
Los niños también necesitan oportunidades de expresarse, dijo Zachariah. «En términos de desarrollo y neurobiológicos, tal vez no puedan llevar esas cosas que están en su subconsciente hacia su percepción consciente». Pero un padre puede pedirle a un niño que dibuje o escriba una historia acerca de cómo se siente. Eso podría revelar pensamientos irracionales que no se le ocurrirían a un adulto; como miedo de que el desastre fue un castigo por algo que hizo el niño.
Los maestros pueden proveer orientación sobre cuándo sería el momento de buscar ayuda profesional, como consejería, dijo Lai.
Ella y Zachariah dijeron que los padres pueden ayudar a los niños con cuidarse ellos mismos. Eso asegura que los padres «tengan la reserva para lidiar con los desafíos inesperados y guiar a los niños por esos cambios», dijo Zachariah.
Los padres no tienen que ocultar sus propios sentimientos, dijo Lai. «Ser ejemplo de cómo buscar apoyo para ti mismo y conectarte con ellos tomando en cuenta el dolor compartido y los sentimientos compartidos, puede ser muy útil».
En Colorado, Reina ha pasado el año haciendo malabares con esos problemas.
Ella cofundó Marshall Together, una red de apoyo para los sobrevivientes del incendio Marshall. Hoy en día, a medida que empieza la construcción de su nueva casa, ella y su esposo hablan con sus hijos sobre los acontecimientos en formas que sean adecuadas para sus edades. (Ella pidió que no se usaran los nombres de ellos para proteger su privacidad.)
Su hijo más pequeño, que ahora tiene 3 años, habla sobre «la casa de fuego». Extraña alguna cosa que le falta y después se acuerda, «Oh, tenía esto en la casa de fuego, pero se quemó'».
Él nunca vio las ruinas de su casa. Pero el Día de Año Nuevo, su hermano mayor, ahora de 8 años, estuvo parado en el espacio donde se cayó su recámara del segundo piso. Ahí, el ávido lector encontró copias de queridos libros como «Charlotte’s Web» entre las cenizas.
Las reacciones de él han sido complejas, dijo su mamá. Su escuela «hizo una estupenda labor» de ofrecer consejería. Pero a veces, cuando ella menciona el incendio, él le dice, «¿Podemos no hablar de esto?»
Otras veces, de la nada, él hace una pregunta al azar que refleja su ansiedad, como querer saber qué parte de la casa se incendió primero. «Y yo le digo lo que sé», dijo Reina.
Ella lidia con sus propios momentos difíciles, en parte con distanciarse cuando lo necesita. «Me voy a meditar, medio me repongo por unos 10 minutos y después regreso».
Su consejo a otras personas que han pasado por desastres con niños es que comprendan que «esto es una situación larga».
Toda tragedia es diferente, dijo Reina. «Pero creo que en general, el dolor no es lineal y se lleva mucho tiempo en resolverse. Así que simplemente bríndate mucha compasión. Pienso que es aceptable que no lo hagamos en un día».
Consejos para ayudar a los niños a prepararse y lidiar con desastres están disponibles en los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, la Administración de Servicios de Salud Mental y Abuso de Sustancias y la Asociación Americana de Consejeros Escolares.
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