De lavaplatos a Chef de reyes y presidentes

Víctor Caycho
Washington Hispanic

l Chef Benjamín Velásquez, director de Servicios Alimenticios de la Escuela Carlos Rosario, recibió el Premio Visionario de la Educación, concedida por primera vez este año por la Asociación de Restaurantes del Área Metropolitana de Washington (RAMW, por sus siglas en inglés), a través de su Fundación de Educación.

El galardón lo recibió de manos de Kaya Henderson, canciller de las escuelas públicas del Distrito de Columbia, en un acto realizado recientemente. Pero con la sencillez que lo caracteriza, el Chef Velásquez –quien se enorgullece de haber nacido en El Carmen, un pueblo del departamento de La Unión, El Salvador-, lo considera “un triunfo para nuestra comunidad y un premio a la educación culinaria básicamente”.

“Este premio –señala en una entrevista que ofreció a Washington Hispanic-, se lo dedico a los miles de inmigrantes que trabajan en todas las cocinas de Estados Unidos, principalmente en el área metropolitana de Washington”.

“La mano de obra hispana, la mano de obra inmigrante es la que sigue impulsando para que eso funcione, donde los panaderos entran a las 12 de la noche o la una de la madrugada para que el pan esté listo a las cinco de la mañana y pueda ser llevado a los hoteles. Están los cocineros que entran a las 4 o 5 de la madrugada y tienen que hacer todo lo que se relaciona con el contenido del desayuno”, señala.

“No es muy grato levantarse a la 1 de la mañana cuando usted está en el mejor sueño –prosigue Velásquez-, pero es un trabajo y somos parte de la industria… lo que sucede es que como a estas personas nunca se las ve, pocos reconocen el valor que tiene su trabajo”.

Desde el primer día
Benjamín Velásquez se acomoda el tradicional gorro de Chef, en una sala de conferencias de la Escuela Carlos Rosario, donde él lleva ya 30 años sirviendo a la comunidad inmigrante de Washington DC, como educador y líder de esta escuela para adultos. Luego entorna los ojos mientras recuerda su niñez en El Carmen, donde nació, “un pueblo muy pequeño del departamento de La Unión”.

“En ese tiempo siempre pensé que estaba destinado para ser abogado y así crecí en el mundo de los juzgados desde bien temprana edad, y a los 15 años comencé a trabajar con el gobierno de El Salvador en esas áreas”, relata. Pero pasaron cuatro años y empezó la guerra civil. “Mis padres me dijeron ‘tienes que irte’, muchos de mis amigos habían muerto y otros ya habían emigrado”.

El Chef Benjamín Velásquez (a la izq.) sonríe junto a los estudiantes que prepararon los platillos servidos al Príncipe Felipe, futuro Rey de España, durante su visita a DC.

“En ese tiempo siempre pensé que estaba destinado para ser abogado y así crecí en el mundo de los juzgados desde bien temprana edad, y a los 15 años comencé a trabajar con el gobierno de El Salvador en esas áreas”, relata. Pero pasaron cuatro años y empezó la guerra civil. “Mis padres me dijeron ‘tienes que irte’, muchos de mis amigos habían muerto y otros ya habían emigrado”.

Tenía 20 años cuando en 1982 emigró sin papeles a Estados Unidos. Llegó primero a Houston, Texas, donde estuvo dos semanas, y luego viajó a Washington DC. Recuerda que un amigo que trabajaba en un restaurante de comida mexicana era el Chef y le dijo, “mira hermano, lo único que te puedo ofrecer es que empieces por donde empezamos todos, lavando platos, porque no hablas inglés y no tienes ningún tipo de conocimiento de cocina”.

“Lo acepté y para mí fue un cambio radical. Después de haber trabajado en oficinas venir a lavar platos, a barrer y trapear pisos y paredes, donde el lavaplatos siempre es el que más trabaja y al que menos le pagan”.

A pesar de todo, Velásquez expresa su creencia de que estaba dentro de un proyecto divino, “porque de no haber vivido esa experiencia yo no hubiera podido valorar tanto a los cientos de lavaplatos que trabajan en las cocinas”.

Empezó a trabajar ganando 2,15 dólares la hora, el salario mínimo en ese entonces. Poco a poco fue ascendiendo, primero a preparador de alimentos, y luego de manera fortuita, a la línea de cocina cuando un cocinero sufrió un accidente.

“El Chef me dijo, Benjamín, vente para la línea y danos una mano. Me quedé trabajando ahí y me gustó la disciplina que tienen los cocineros de línea y la rapidez con la que mandan cientos de platos, porque se acababan 500 platos en hora y media. Hay que hacerlo volando. Entonces me dije, ‘¡Ah no, esto es lo mío, yo aquí me quedo!’.

Pero entonces la corporación fue vendida a la Marriott Corporation, que abrió siete restaurantes alrededor del Beltway. “A mí me dieron la oportunidad de abrir una cocina en Rockville, Maryland, en la 12221 de Rockville Pike. Y sus ejecutivos traían una visión grande, la de abrir 280 restaurantes en todo el país”.

De esa manera, el equipo se dedicó a entrenar cocineros y abrir más restaurantes. “Fue una gran escuela, en la que no solo me involucré con las artes culinarias sino también con la parte vocacional, la de convertir una roca en un diamante”.

Hasta que Velásquez llegó a un punto en el que se frustró. “Había probado el sabor del éxito, de ir creciendo constantemente, pero sentí que había llegado a mi techo. Es que había muchos cocineros estadounidenses a los que yo había entrenado y que después ya eran mis supervisores. Y me decía, ¿pero por qué?, ¡no hace sentido!… y descubrí que era por el idioma, no lo entendía ni hablaba bien.”

Ahí tomó la decisión de ir a estudiar cocina profesional en la Escuela de Artes Culinarias de Washington, donde aprendió profesionalmente mucho lo que es el mundo de la gastronomía. “Esa escuela me abrió los ojos, como una panorámica”, refiere.

En ese entonces falleció el Chef de Artes Culinarias de la Escuela Carlos Rosario, y la señora Emilia Rivera, fundadora de ese centro buscó un reemplazante. “Tuve la suerte de que me contrataran, aparte de otros cinco graduados que mandó la escuela de Washington”, refiere.

En lo más alto
Al cabo de 34 años de experiencia, Benjamín Velásquez se precia, entre otras cosas, de haber tenido la oportunidad de trabajar en equipos que diseñaron los menús para los últimos seis presidentes de los Estados Unidos.

“Lo hice para el presidente Ronald Reagan, cuando trabajaba en el Washington Hilton y yo era parte del equipo culinario que diseñaba los menús que le íbamos a dar. Estuve para la inauguración del presidente George Bush padre, en las dos inauguraciones del presidente Bill Clinton y en la del presidente George Bush hijo. También trabajé con mi negocio, porque tengo un catering además de todo lo que hago, en la primera inauguración del presidente Barack Obama”.

Además, entre otros gratos recuerdos está el de haber cocinado en tres ocasiones distintas para quien es el actual Rey Felipe VI de España. “Él estudió en la Georgetown University y yo trabajaba en esa área para una compañía de restaurantes griegos, mientras ese muchacho –perdón, el Príncipe de Asturias, Don Felipe-, que no era un muchacho cualquiera, siempre llegaba con el príncipe heredero de la corona de Grecia. Ellos son primos, porque doña Sofía, la madre de Felipe, y eso no lo sabía en aquél entonces, era hija del rey de Grecia y se casó con Don Carlos de Borbón, el rey de España, que hace poco dejó el trono y se lo dejó a su hijo”.

“Entonces, he cocinado para reyes y para jefes de Estado, pero sobre todo sigo trabajando para la comunidad”, señala el Chef Velásquez, quien no se cansa de elogiar a Sonia Gutiérrez, la fundadora de la escuela Carlos Rosario, “porque con su ejemplo nos enseñó cómo uno debe conducirse, con transparencia, con humildad, con sencillez, con mucho respeto por las personas y por las leyes”.

“Pero también –añade-, ella nos decía que nosotros necesitamos compartir con los demás lo que se nos ha dado, y desinteresadamente”.