Los 93 de Casilda Luna, la Madre de los Inmigrantes

Víctor Caycho
Washington Hispanic

La comunidad hispana le ha organizado un gran homenaje a Casilda Luna, una extraordinaria mujer dominicana con una increíble vocación de servicio que cumple 93 años de vida este sábado 6 de abril. Un Comité de Amigos, la alcaldesa de DC Muriel Bowser y su Oficina de Asuntos Latinos (MOLA) celebran ese día, desde la 1:00 p.m., “La Vida y la época de Casilda Luna, su contribución, sus luchas y su legado”. Washington Hispanic la encontró plenamente lúcida y con una memoria prodigiosa al hablar con ella en su apartamento del tradicional barrio Adams Morgan. Aquí las vivencias de la legendaria activista, también conocida como “La Madre de la Comunidad Hispana”.

WASHINGTON HISPANIC: A punto de cumplir 93 años y con una increíble trayectoria, ¿qué es lo más agradable entre sus recuerdos?
CASILDA LUNA: Mi juventud, mis 10 años, cuando lo pasaba en mi pueblo, que se llama Sánchez, en la República Dominicana, a unas dos horas de Santo Domingo, la capital. Lo que más recuerdo es el océano, el mar. Desde la ventana de mi casa podía mirar el mar y ver la llegada de los barcos y los botes. Como no había luz eléctrica en mi pueblo, por la noche las luces de los barcos parecían estrellas y gozaba mirarlas. Y luego, a las 4 de la mañana, yo iba de puerta en puerta pasando la voz a otros niños y jóvenes, para ir a la playa a bañarnos. Eso lo recuerdo todas las noches, hasta ahora.

W.H.: Años después usted llegó a los Estados Unidos y se encontró con otro mar, pero de inmigrantes, ¿verdad?
C.L.: Sí, un verdadero mar de inmigrantes, a los cuales gracias a Dios pude ayudarles mucho, para conseguirles vivienda, empleo, estampillas de comida (food stamps), el Medicaid…

W.H.: ¿Cómo pudo hacerlo? ¿Quiénes la ayudaron?
C.L.: Estuve como trabajadora social en Change Inc., una agencia de servicios comunitarios que estaba en la Park Road y que es parte de United Planned Organization. Y con el apoyo de algunas personas, como Arlene Guillespie, entonces directora de OLA, pude ayudar a miles de aquellos inmigrantes.

W.H.: Suponemos que en esa época no había gran número de inmigrantes, como ahora…
C.L.: Cuando llegué aquí en 1962 éramos pocos. Pero ya después de 1965, con los problemas en El Salvador y otros países de Centroamérica llegaron muchos y empecé a servir a más y más personas.

W.H.: ¿Qué anécdotas tiene de esos años?
C.L.: Recuerdo mucho a los muchachos en sus 15 años que eran arrestados por la policía por estar en la calle, fuera de sus casas. No sabían cómo defenderse y no hablaban inglés. Entonces yo llamaba a Garry Garber, un empleado del Departamento de Recreación, ya sea a las 12 de la noche o en la madrugada. Él me dio la autorización para hacerlo. Es judío y vive todavía. Iba corriendo y sacaba de la cárcel a los muchachos. Después me ayudó a dar conferencias en contra de la droga, que se había convertido en un problema tremendo en nuestra ciudad.

W.H.: ¿Cuál considera su mayor logro a lo largo de todos estos años?
C. L.: Haber conseguido la creación de una Agencia de Asuntos Latinos bajo la alcaldía de Washington, DC, para ponerla al servicio de nuestra comunidad hispanoparlante. Eso fue en 1968. En ese entonces el alcalde de DC era Walter E. Washington, quien convirtió ese sueño en realidad.

W.H.: Usted también tuvo mucho que ver con la creación de EOFULA, el centro para adultos mayores del Distrito, ¿es así?
C.L.: Completamente. Sucede que las hijas traían de sus países a las mamás, para que les cuiden a sus niños, que iban a la escuela de 9 de la mañana a 3 de la tarde. Las pobres mujeres se quedaban en casa. Ellas me comentaron que estaban aburridas, que no tenían otra cosa que hacer, que sus hijas no las sacaban de casa, etc.. “Todavía podemos trabajar y ganar dinero aunque tengamos 60 años”, me decían. Yo oía las quejas y eso me impulsó a solicitar dinero al gobierno estatal para abrir un centro para las personas mayores. EOFULA se fundó cuando Marion Barry era alcalde de DC.

W.H.: ¿Igual como lo fue su antecesor en el cargo, el alcalde Walter E. Washington?
C.L.: Sí, pero Walter fue nuestro primer amor. Cuando nosotros íbamos a tocar la puerta de su oficina y nos rodeaba la policía, nos poníamos a cantar. Hasta que salía el alcalde Washington y decía, “¿Qué hace la policía aquí?, ¡Estos son mis amigos! ¡Que pasen mis amigos!”. Walter Washington fue sin duda un excelente alcalde para nosotros los hispanoparlantes.

W.H.: ¿Hubo el mismo trato con el alcalde Marion Barry?
C.L.: Marion Barry era como un hermano o un hijo para nosotros. Cuando no había fondos, ya que se acababa el dinero o no llegaba, llamábamos a Marion Barry y en dos o tres días llegaba el dinero. Él siempre estuvo al lado de nosotros, muy preocupado por la comunidad.

W.H.: ¿A cuál líder de la comunidad recuerda de esa época?
C.L.: Carlos Rosario fue uno de los grandes líderes. Cuando yo vine a DC, él ya se ocupaba de entretener a la juventud. Hacía bailes los fines de semana, en una iglesia Saint Stephen, en la Calle 16. Iba de casa en casa invitando a los pocos latinos que había en ese entonces.

W.H. ¿Alguna vez vio a Martin Luther King, el legendario líder de los derechos civiles, que vivió por aquella época?
C.L.: Marché con Martin Luther King, las dos veces que llegó aquí a Washington DC. Lo hice con un grupo que llegó desde otras ciudades para escuchar sus discursos y conocerlo. Fueron buenos tiempos porque él luchó como lo hizo Mahatma Ghandi. Todo en silencio, nada de tirar piedras o romper botellas. Fue una revolución pacífica.

W.H.: Con esa experiencia y esa vocación de servicio que le ha dado la vida, ¿qué recomienda a la comunidad hispana?
C.L.: Que tenga más motivación, más interés. Porque todos los días vienen personas de otros países. Ahí tenemos a Venezuela con todos sus problemas, a El Salvador, Guatemala, Honduras, de donde la gente viene corriendo porque piensa que aquí se menea un árbol y caen los dólares. Y no es así. Aquí hay que hacer muchos esfuerzos.

W.H.: ¿Qué opina de las caravanas que llegan y buscan cruzar la frontera sur?
C.L.: Pienso que no deben ser maltratados sino acogidos, porque ellos vienen por necesidad. Cuando veo ese maltrato recuerdo al presidente Roosevelt, un hombre que abrió tantas puertas a los inmigrantes. La situación es triste y veo que muchos hispanos asalariados no hacen nada por ellos. En los tiempos cuando llegué salíamos en grupos a buscarlos. Necesito ver más que eso antes de morirme, más solidaridad.

W.H.: ¿Qué más puede hacer la comunidad?
C.L.: Debe estar constantemente moviéndose para darle bienestar. Enseñarles el inglés. En aquellos tiempos se daba 65 dólares a la semana a los latinos para que vayan a las escuelas y aprendan el inglés.

W.H.: Usted lleva muchísimos años viviendo en este barrio de Adams Morgan, en DC. ¿Cómo califica a este barrio?
C.L.: Es un barrio bello, donde vivo desde 1962. Desde aquí uno puede caminar a cualquier hotel, o a la Casa Blanca, o al Capitolio. Y no me quejo de mi trabajo, lo hice con amor y continúo luchando aún. Por eso me sonrío sola.

W.H.: ¿Cómo celebrará su cumpleaños este sábado, quizás bailando?
C.L.: ¿Bailar yo? Desafortunadamente nunca lo aprendí, ni siquiera el merengue. Pero me gustaba ir a los bailes y ver a la gente bailar. Eso sí, con la música todo el tiempo.

CON UNA GRAN FAMILIA

Casilda Luna tiene una sola hija, Nydia, quien siempre la acompaña. “Por medio de ella tengo nietos, bisnietos y tataranietos. Me dio cuatro nietos, una mujer y tres varones, quienes me han dado más niños y así mi familia sigue creciendo, y mi tataranieta ya tiene 4 años”.
Al hablar de su familia cuenta que eran 10 hermanos, “de ellos siete hembras y tres varones”
“Todos llegaron a este país y a todos los traje para acá. Se han muerto la mayoría. Me queda una hermana de 85 años que vive en California. Y todos nosotros vivimos más de 80 años. Una hermana murió a los 105 años en Nueva York, mi hermano murió de 98 el año pasado en California”.
Su exesposo, José Rafael Luna, falleció hace años en Estados Unidos. También era de República Dominicana y se divorciaron. “Los hijos que tuvo con la otra esposa los crié y viven conmigo. Me adoran y soy muy querida por toda la familia”, dice con una sonrisa.